Mi amigo Chiquito y yo, hace unos años, seriamente subyugados por la magia del pop up.


“Eso" que anda por ahí
no puede ser atrapado;
si puede ser atrapado,
ya no anda por ahí.

Si quiere venir, que venga
-si se le da por venir-;
inútil es retenerlo,
hay que dejarlo partir.

Sólo si se va regresa
-sólo vuelve si se va-,
y yo dejo que se vaya
porque sé que volverá.

Eso que se va es “eso”,
y “eso” es también lo que viene;
y yo llamo “eso” a eso
porque ningún nombre tiene.

“Eso” es todo lo que ves
y también lo que no ves;
y “eso” es todo lo que es
y todo lo que no es.

*

Poema y dibujo de Douglas Wright

El talentoso y chiflado Mike Patton vuelve a la Argentina. Lo acompaña una orquesta, con la que interpretará la música de su proyecto Mondo Cane: canciones italianas de los años 50 y 60, como la que se puede apreciar más arriba, compuesta por Mina –y grabada, también, por la bella Carla Bruni.

¿Qué versión les gusta más?


Leo en una biografía no autorizada que el autor de Crimen y castigo era capaz de pasar muchos días encerrado, escribiendo y pensando, y que en esas ocasiones su esposa, en lugar de Fedor, lo llamaba Hedor, cosa que hacía rabiar mucho al genio ruso.




El agua sube. Tadeo baja. Víctor se derrite, Héctor se acomoda. Múctor se describe y Dalila le promete discreción.



HIJAS DEL FERRETERO

Persiana, Manivela, Roldana y Arandela.



LAS COMPOSICIONES DE FRITZ KOCHER, Robert Walser

La música es para mí lo más dulce del mundo. Amo las notas de modo inefable. Puedo andar mil pasos para escuchar una nota (...)

La música siempre me pone triste, pero como lo es una sonrisa. Diría: amablemente triste (...)

Ante la música tengo siempre sólo una sensación: me falta algo. Nunca me enteraré del fundamento de esta suave tristeza, nunca querré indagarlo. No deseo saberlo. No deseo saber todo. Es que, tan inteligente como me parece que soy, poseo poco afán de saber. Creo que es porque soy por naturaleza lo contrario a un curioso. Me gusta dejar que me sucedan muchas cosas, sin preocuparme por cómo suceden. Esto es por cierto criticable y poco apropiado para ayudarme en la vida a encontrar una carrera. Puede ser. No me atemoriza la muerte, por lo tanto tampoco la vida. Noto que comienzo a filosofar. La música es la más irreflexiva y por eso la más dulce de la artes (...)

No se puede querer comprender y valorar un arte. El arte quiere ajustarse a nosotros. Es un ser tan extremadamente puro y pagado de sí mismo, que si uno no se empeña en él se ofende. Castiga al que, queriendo aprehenderlo, le hace concesiones. Los artistas lo experimentan. Y ellos, que ven su oficio en dedicarse a él, saben que de ningún modo quiere ser manejado. Por eso jamás quisiera llegar a ser músico. Me atemoriza el castigo de un ser tan benévolo. Un arte se puede amar, sin embargo uno debe cuidarse de confesarlo. Se ama más íntimamente si uno no sabe que ama (...)

Me falta algo cuando no escucho música, y si escucho música, entonces empieza realmente a faltarme algo. Esto es lo mejor que sé decir acerca de la música.


**

¡Música para bailar!



Libro recomendado.
El hilo. Eduardo Abel Gimenez, Claudia Deglioulmini.
Ediciones del Eclipse, 2011.


Palabras, palabras, palabras. Y trinos.


Esta nena se llama Samantha, vive en Estados Unidos y cursa primer grado. Sus padres decidieron operarle las orejas para evitar las burlas de sus compañeros en la escuela.
En mi escuela no había ningún orejón, o quizá sí, pero en ese caso nadie lo notó especialmente. Sí estaban el cabezón Maidana, el gordo Meli, la gorda Carro, el Bola Ocho (de tez muy oscura) y el Enano.
En el colegio secundario, los apodos se multiplicaron y ganaron en ingenio e inventiva. (Hay gente particularmente dotada para apodar, como mi amigo K, el mejor apodador que conozco; un mago, un poeta del sobrenombre, un hombre de temer).
Pobre Samantha. Sospecho que ahora, durante un tiempo al menos, todo va a ser peor para ella. Quizá, en lugar de recortarle las orejas a la nena, deberían haberle recortado el cerebro a sus padres.






APUNTES DESDE EL CIRCO INTERGALÁCTICO

Me preguntan por Xeu, la niña espejo, que también se llama Mida, U, Aria, Nima, Nonaki.
Ella habla. A veces canta. Y calla mucho. Su silencio está lleno de cosas reales. Espero que me disculpen estas enojosas abstracciones, pero no sé decir mucho más por el momento.
La niña espejo se sienta e improvisa. A veces habla de pie. A veces baila después de hablar –es una danza que varía según sus discursos.
Los monólogos son breves. A veces melancólicos. Otras veces eufóricos, electrizantes. No es el caso de los que reproduzco más abajo, que se encuadran más bien en el primer grupo. Y de todos modos, esas categorías adquieren aquí otros significados, otra dimensión. Permítanme confirmar la sospecha de que, en efecto, ante el estremecedor espectáculo que es posible ver levantando la cabeza de estas notas y dejando ir la mirada a través del ventanal de mi carrocápsula, todo lo que creemos saber se torna un tanto relativo. Viendo este cielo, sus lunas y soles y asteroides, sus colores, muchas veces siento, como escribió el inspirado colega Olaf, que la historia del hombre, "sus migraciones, sus imperios, sus orgullosas ciencias, sus revoluciones sociales, su necesidad cada vez mayor de una vida en comunidad, son solo una chispa en un día de las estrellas".
Hasta pronto. Juan


XEU

Me llaman Xeu. Me gusta sentarme en el cuarto de las muñecas, antes de que salga el sol, y mirarlas a los ojos. Ellas no tienen nombre. Viven junto a una ventana que da al cielo. Ciertas noches bailo para las muñecas hasta que amanece. Después me siento a su lado, me quedo tan quieta y silenciosa como ellas, hasta que escucho pasos en las escaleras, y llega alguien a buscarme para desayunar. Entre los grandes me comporto como esperan que se comporte Xeu. Pero mi verdadero nombre nadie lo conoce, salvo las muñecas, y por eso nadie sabe cómo soy, cómo fui o seré. A veces, cuando hay niebla, con la punta de un dedo escribo mi nombre real sobre el vidrio de la ventana que da al jardín. En ese jardín, en el largo banco de cemento, le diré mi nombre a alguien, algún día. Se lo diré en el oído, con la voz blanca de la porcelana. Y entonces será como despedirme de un sueño largo para entrar en otro.


MIDA

Me llaman Mida. Vivo o vivía en una casa abandonada, al costado de la ruta, en el desierto. (La casa es un cubo blanco, el desierto una tela roja). En los cuartos de la casa hay muebles y máquinas de otra época. Ya estaban ahí cuando llegué. Pero ¿cuándo llegue? A veces pienso que, en el pasado, había más espacio, y también más tiempo. ¿Pensar? Son sensaciones que atraviesan mi mente como bandadas de pájaros, sin dirección, y dejan esto: ecos de su aleteo. A veces también observo a las hormigas. Me pregunto si duermen. A Argos le dan pena, las hormigas. Inclina su largo cuello violeta y las observa de cerca, conteniendo el aliento (mezcla de ajo, miel y pasto mojado) para no estorbarlas. ¿Cómo algo tan pequeño trabaja tanto y se afana de ese modo? Argos a veces llora cuando salimos al patio y las vemos ahí, yendo y viniendo, laboriosas, en fila bajo el cielo infinito de la tarde. Argos, a veces, es tan feliz que siente pena. Quizá por eso es mi amigo. Ayer me trajo un caramelo brillante como una estrella nueva.


ME VUELVO PEQUEÑO, Gianni Rodari

Es terrible volverse pequeño de este modo, entre las miradas divertidas de la familia. Pare ellos es una broma, la cosa los pone de buen humor. Cuando la mesa es más alta que yo, se ponen cariñosos, tiernos, afectuosos. Mis nietitos corren a preparar la cesta del gato: evidentemente se proponen hacerme allí la cama; me levantan del suelo con delicadeza, agarrándome del cogote, me colocan sobre el viejo almohadón desteñido, llaman a amigos y parientes para disfrutar del espectáculo del abuelo en la cesta. Y cada vez me vuelvo más pequeño. Me pueden encerrar, ya, en un cajón con las servilletas, limpias o sucias. En el curso de unos meses ya no soy un padre, un abuelo, un estimado profesional, sino un cosito que se pasea por la mesa cuando la televisión no está encendida. Cogen la lente de aumento para mirarme las uñas pequeñísimas. Dentro de poco bastará una caja de fósforos para contenerme. Después alguien encontrará la caja vacía y la tirará.

***
El destino del señor Howard Stools, que puede verse en el video, sugiere otro posible final para este cuento...

Hace un año que pasó la Lluvia Negra.

Ahora el viejo mago, el enano y la acróbata pelirroja viajan juntos por el espacio, representando sus funciones.

En cada planeta, nuevos artistas se unen al elenco.

Algunos de ellos son:

La hermosa señorita Pi y sus pájaros matemáticos.

Ospix el estirable.

Los payasos gigantes Ji y Jo.

Gummo y el ballet de ratones eléctricos.

Durruti y sus fuegos helados.

Mi artista preferida es Xeu, la niña espejo.

Yo me llamo Juan.

Me uní a la trouppe como cronista.

Tal vez, algún día, alguien lea lo que voy dejando por escrito.

Mientras tanto, los artistas me enseñan sus destrezas.

Hoy aprendí a saltar despacio.


Un elefante de Calvi.
Este jueves 7 a las 17.30, en la librería Yenny de Flores, podrán ver a Fernando en acción, dibujando a propósito de Hugo Besugo. Mientras tanto, una narradora contará algunos casos de Besugo y Viruli. (Ah: hay nuevos casos en camino). Es una actividad abierta y gratuita. Están todos invitados. Si pasan por allí, tal vez nos veamos.

Dibujo de Leo Arias que ilustra el El misterio de las medias.

Cada tanto -un minuto, dos días, tres semanas, cuatro meses-, se me pierde una media.

En verano, el hecho no me inquieta especialmente. Pero ahora que se acerca el frío querría tomar, de una vez por todas, cartas en el asunto. (Mi maestra de tercer grado, la señorita Marité, decía: “Somos hijos de la necesidad”…)

En verdad, no sé si decir que las medias se me pierden a mí. No sé, realmente, qué grado de responsabilidad tengo en el asunto. Y no encuentro una explicación satisfactoria. Para colmo, las medias desaparecen de a una. Nunca se van o se las llevan juntas. Y eso es aún más molesto, porque existe un consenso muy amplio en cuanto al modo de usar las medias, y es que la dos deben ser iguales.

¿Es posible que alguien entre a mi casa con el fin único de robar medias? Y en ese caso: ¿se las lleva para usarlas o para venderlas? ¿Y si las robara para comerlas? Una criatura espacial, por ejemplo. O una polilla gigante (o muchas de tamaño ordinario, pero organizadas). ¿Quizá un ciempiés? No habría que descartarlo. No, no habría que descartar nada. Incluso la posibilidad de que las medias tengan vida propia.

No me cabe la menor duda de que los bebés del video saben algo del asunto. Como es notorio, a uno le falta una media. Con pasión, debaten el tema en su lengua privada.