El pájaro Garuda es un semidiós del hinduismo. Muchas veces se lo representa como un ave gigante de colores vivos y con rasgos humanos.
Durante sesenta y tres años
he sacado agua clara del fuego.
Ahora soy un insecto diminuto.
El mundo tiembla
si lo rozo con mi cuerpo.

Poema atribuido a un monje zen de nombre Ingo

“Al despertarse una mañana después de una noche densa, se había hecho unas tostadas con queso para el desayuno. Las comió y no notó nada extraño hasta que, cuando fue a la pileta de la cocina para lavarse las manos, descubrió que el jabón había desaparecido. Entonces se lavó con el queso”.

Julian Maclaren-Ross, Tostadas de jabón y otros cuentos.
un paso de baile para ensayar con amigos



"Los dinosaurios les gustan a los niños porque son grandes, malos y están extinguidos".
Stephen Jay Gould

EL PERRO


"Todo empezó con el perro".

Hennnig Mankell, El perro que corría hacia una estrella.


Era un chico que quería tener un perro, pero no lo dejaban, porque en el edificio donde vivía estaban prohibidos los perros.

Todas las noches, el chico se quedaba despierto hasta muy tarde.

Le costaba dormir. Le gustaba mirar el cielo por la ventana. Y también la vereda vacía.

Muchas noches había visto un perro correr por la calle. ¿A dónde iría, corriendo, tan tarde? ¿Tendría dueño?

El chico se hacía esas preguntas, y muchas otras, sobre otras cosas, mirando por la ventana de su habitación.

Una noche, el chico decidió hacerse amigo del perro que corría. Si no podía tener un perro en casa, pensó, al menos podía hacerse amigo de uno en la calle.

El padre y la hermana del chico dormían. Él se vistió, salió en silencio del departamento y bajó.

Era una linda noche, hacía calor. ¿Pasaría aquel perro, esa noche?

El chico se sentó a esperar en el cordón de la vereda. Miró las estrellas.

Al ratito, el perro apareció. Como siempre, corría.

El chico se paró y lo saludó. Entonces el perro, que venía corriendo en línea recta, se puso a correr en círculos a su alrededor.

El chico se inquietó un poco. Tal vez era un perro loco. Tal vez querría morderlo. ¿O querría jugar?

Quieto, dijo el chico, tranquilo. No te voy a hacer nada.

De pronto, el perro desapareció.

¿Qué pasó?, dijo el chico, sorprendido, en voz alta.

Acá estoy, dijo la voz del perro.

¿Dónde? No te veo, dijo el chico.

Es natural, porque soy invisible, dijo el perro.

Pero si hasta hace un momento te veía, dijo el chico.

Sólo pueden verme cuando corro, dijo el perro. Si estoy quieto, me vuelvo invisible.

¿En serio? preguntó el chico.

El perro volvió a aparecer: corría de nuevo alrededor del chico.

¿Ves?, dijo el perro entre jadeos. Ahora vas a disculparme, estoy un poco cansado, necesito sentarme, hace calor.

Y volvió a desaparecer.

¡Qué bueno!, dijo el chico. ¿Cómo lo haces?

No hago nada. Es algo que me pasa. Soy así.

El chico estuvo unos instantes en silencio. Después dijo:

Me gustaría poder ser invisible también.

¿Sí?, preguntó el perro. ¿Para qué?

Podría entrar en muchos lugares. Ver y oír muchas cosas sin que me vean.

Podrías hacer esas cosas, sí, dijo el perro, pero otras no, y a la larga te cansarías.

No lo creo. No lo creo para nada, dijo el chico. ¿Qué cosas no podría hacer?

No podrías tener amigos, por ejemplo.

¿Por qué no?

Porque si hablas siendo invisible, nadie te escucha, dijo el perro. Y si alguien te escucha, cree que sos un fantasma, y se asusta, y se va.

Yo no me asusto, dijo el chico.

Eso era bastante cierto, aunque no del todo. Había algunas cosas que sí lo asustaban. Por ejemplo los murciélagos. La gente que se peleaba a los gritos. Ver llorar a su papá.

Pero en ese momento el chico no sentía ningún temor.

¿Entonces podemos ser amigos?, preguntó el perro.

El chico lo pensó. Dijo:

¿Y cómo sé que no sos un fantasma?

No es que tuviera miedo. Pero una cosa era un perro y otra cosa era un fantasma.

Soy un perro, dijo el perro.

Pero no sos un perro común y corriente, dijo el chico.

Es cierto, dijo el perro.

Hubo otro silencio. El perro preguntó:

¿Vos sos un chico común y corriente?

El chico lo pensó. Era uno de los mejores de su clase en matemáticas, el único al que le gustaban las nueces y el único sin mamá. Tal vez, también, podía ser el único que era amigo de un perro tan especial.

El chico pensó en todo eso y dijo:

¿Querés venir conmigo?

Entonces sintió una lengua tibia que le acariciaba la mano, y sonrió.

Después, el chico y el perro entraron juntos al edificio.

Si alguien hubiera estado despierto y mirando por la ventana, habría pensado que el chico era un chico raro.

¿Qué hacía en la calle tan tarde? ¿Por qué hablaba solo?

Pero nadie pensó eso, porque nadie lo vio. A esa hora, todas las personas sin perro estaban durmiendo.


Publicado en Billiken, Marzo 2011

“Equivocarse está bien. Explorá, aprendé, creá”.

Una lectora del blog me envió este hermoso spot de la BBC a propósito de “La virtud del fracaso”, nota publicada un poco más abajo, aquí mismo.