En mi escuela no había ningún orejón, o quizá sí, pero en ese caso nadie lo notó especialmente. Sí estaban el cabezón Maidana, el gordo Meli, la gorda Carro, el Bola Ocho (de tez muy oscura) y el Enano.
En el colegio secundario, los apodos se multiplicaron y ganaron en ingenio e inventiva. (Hay gente particularmente dotada para apodar, como mi amigo K, el mejor apodador que conozco; un mago, un poeta del sobrenombre, un hombre de temer).
Pobre Samantha. Sospecho que ahora, durante un tiempo al menos, todo va a ser peor para ella. Quizá, en lugar de recortarle las orejas a la nena, deberían haberle recortado el cerebro a sus padres.
¡Qué linda nena! A mí un tío me decía Dumbo, no era tan imaginativo como K.
ResponderEliminarPobre Samantha, sí. En la escuela siempre van a burlarse de vos, siempre.
Así es como la vida nos enseña que tendremos que lidiar demasiado a menudo con el rechazo. Enrique Pinti siempre cuenta que él desarrolló su sentido del humor en la escuela, donde se burlaban de él por gordo.
A Samantha le sacaron la posibilidad de ser ella misma, imperfecta. Pero todavía le queda el pelo color medio zanahoria o cambiar los dientes que, en una de esas, tienen suerte un tiempo y salen torcidos.
El apodo es un chaquido del alma, un soplo arrasando bosques. A veces es mejor nombrar a un hombre por sus rasgos, incluso lejanos y desfigurados que por lo que figura en el d.n.i
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