christian schloe


En Rosario hay muchos poetas y bares hermosos donde leer, escribir, conversar y perder el tiempo. Tal vez haya una relación entre ambas cosas. Ahora estoy sentado en uno de esos bares, con M. Tenemos varios libros que compramos en Club editorial Río Paraná. Yo hojeo Versos de un jubilado, de Francisco Gandolfo. Cuando me traen el café, levanto la vista y miro por la ventana. En el edificio de enfrente, una vieja se asoma al balcón y sacude unos trapos al sol. La señora tiene el pelo blanco y largo, por debajo de los hombros. Me pregunto por qué la mayoría de las mujeres se corta el pelo corto al envejecer. En la cuadra de mi casa nueva, como aquí enfrente, hay una vieja con el pelo largo y cano. Yo lo tomo como un signo de buena suerte, me alegra verla ahí. La saludo al pasar, porque todas las tardes ella hace caso omiso al terror y la ansiedad que destilan los televisores, y se sienta en el frente de su casa, con la puerta abierta, a mirar a la gente. Una costumbre que también tenía mi abuela, en Paraná, y que extraño.

Pensando en el cabello, me acuerdo de un poema de mi amiga Paz, que vive aquí, en Rosario. No creo que la vea, porque hemos viajado con M solo por un día, para asistir al casamiento de otro amigo poeta, Agustín.    
Ahora que la vieja de enfrente termina de sacudir sus trapos, vuelvo a mi café y al libro de Francisco Gandolfo. Leo estos versos:


Volátiles

1
El cazador trajo loros
que su mujer asó.

Servidos a la mesa, 
él le preguntó a ella
por qué no comía.

Ella le contestó:
"Porque hablan: 
es como comerse a un chico".

2
He levantado mis brazos para estirarme
porque estoy cansado
y los vuelvo a bajar
en el preciso momento
que dos palomas pasan
y una le dice a la otra:
"Qué pesados son los hombres,
nunca aprenderán a volar".

3
Un vendaval derrumbó el árbol
donde dormían golondrinas,
que ahora buscan dónde anidar.

Una, pequeña, se guareció
en el hueco de una pared.
Otra, también desorientada,
se ha posado en un cable de televisión
pensando en su porvenir.

4
Este pájaro parado en la punta
del caño de una antena de televisión
en desuso, canta como educado por los dioses,
transfiriendo a través de los siglos
la modulación de su especie.