Fotos tomadas durante un campeonato de saltos ornamentales. Aquí hay más. Gracias, Eduardo.


A los once años me tiraba a la pileta desde un trampolín de diez metros. Hoy no sé si me atrevería a asomarme, siquiera. Claro que en aquellos días estaba la presión de los compañeros. Arrojarse o ser un cobarde. Con el tiempo algunos de esos chicos se transformaron en contadores, abogados, empleados, padres de familia. Me gustaría volver a reunirme con ellos allá arriba.
"Me tiré por vos" llamó con agudeza rockera Charly García al recital que organizó tras su gran salto. Pero nadie salta por nosotros.

Este es la secuencia inicial de la película rusa El regreso. Vanya no se anima a tirarse al lago, como hicieron su hermano y el resto de los chicos. Pero tiene el coraje suficiente para algo mucho más duro: enfrentar a su padre, que vuelve después de haber abandonado a su familia, muchos años antes.




COSAS, Pedro Mairal

En la vereda haciendo cola en un Rapipago de esos de kiosco, se me abre la mochila. Se me caen cosas y las empiezo a juntar, muchas cosas, anteojos, remedios, la agenda, libros, pañuelos de papel, auriculares, monedas, parece la cartera de mamá, pienso, y sigo juntando cuentas impagas, una púa de guitarra, pilas, documentos, fotocopias, no entra todo eso, lo voy dejando al lado de la mochila, y voy levantando lo que falta, apuntes de la facultad que no veía hacía rato, un suéter, un jean, más ropa, todo revuelto, un inflador, algunos juguetes de mi hijo, muchos libros, mis cds con las cajitas rotas, un almohadón, mi cama en la vereda entre la gente mirando.

¡Gracias, L, por este regalo!


DR UGO PANDA, J.R. Wilcock

El joven doctor Ugo Panda es un cantautor célebre; los exámenes radiológicos han demostrado que el sujeto posee un cerebro poco común, de aproximadamente veinte gramos de peso y del volumen de una avellana, que puesto en relación con el peso y el volumen del cuerpo da como resultado un coeficiente intelectual equivalente al de un tapir. Con semejante cerebro no se puede hacer gran cosa: el Dr. Panda come, duerme, sabe espantar las moscas con la mano, sabe distinguir entre el timbre de la puerta de calle —cuando lo oye se acuesta— pero en cuanto al resto no está en condiciones de hacer nada, ni siquiera de sacarse los zapatos. Sin embargo compone las letras de las canciones que canta en televisión; aunque no son demasiado complicadas, tienen rima, lo que presupone una habilidad ancestral acaso transmitida hereditariamente. Sus letras, totalmente incomprensibles aunque sugestivas, evocan ritmos melanesios, y no se excluye la posibilidad de que los antepasados de Ugo Panda, probablemente tan extravagantes como él, proviniesen de Nueva Guinea, esa tierra tan rica en misterio y en poesía. La más famosa de estas canciones del Dr. Panda es la celebrada Maffammi, primera de la serie del long-play Fulabarula:

Dinga baringa flu-flu-flu
spissi tanghi pissi lu,
sanga buranga flo-flo-flo
escevissi landi scevissi mo.

La presentación de la letra de esta canción a la comisión de examen ha bastado para que a Ugo Panda le fuera otorgado el doctorado en Letras, un día en que sus familiares lograron vestirlo casi como una persona y llevarlo a la Universidad sin que se ensuciara demasiado por la calle. Sus exégetas no dejan de recordar que justamente la noche de ese día memorable el recién recibido compuso de una vez su fascinante Dungalia,evidentemente un canto de alegría y de justificado orgullo ante la inesperada consagración:

Effe de va
effe de ve,
¡gun salafá
gur salafé!
¡Uhi, uhi, uhi!

El disco continúa con una serie de gritos más bien ad libitum. El Dr. Panda vive en Roma con dos hermanas, tres cuñados y una cantidad de sobrinitos que lo miman día y noche y lo hacen jugar.


de El libro de los Monstruos (Sudamericana).



MINORÍAS, MAYORÍAS Y SABER BAILAR

Traigo a Nanni pensando en Fito P. mientras la payasada mediática continúa. Por otra parte: ¿no podría MM tomar un par de lecciones de baile, si es que piensa seguir en esa línea de festejos?



Nayla quería ir a la China a mirar y oler una flor que no crece en la Argentina. Adriel despertó a su hermana a las tres de la mañana y subieron a la terraza de su casa. “Qué lindas son las estrellas”, pensó Nayla. Iba a decir “qué bellas”, porque estaban en un cuento, y no quería usar palabras plebeyas. “Si hay alguna altura en la literatura no es una que tenga que ver con la así llamada cultura”, le susurró el viento. Le había robado esas palabras a un señor que vivía en la otra cuadra y leía y pensaba pegado al velador, desvelado.

El avión de papel dorado que pilotaba Adriel rumbo a la China dejó en el cielo de San Justo una estela ambarina.




Después del triste resultado de las elecciones, nada mejor que pasar el lunes lejos de la capital y entre chicos. Agradezco por esta vía a Silvia, bibliotecaria de la escuela Nº 80 Manuela Pedraza, del barrio Villa Constructora, San Justo, por su calidez, sus lecturas y entusiasmo.
Antes de irme, una nena me acercó un papelito doblado: "Son los nombres mío y de mi hermano –dijo–, para que los uses cuando puedas en algún cuento. Gracias". Sus nombres son Nayla y Adriel.




BUENA NOTICIA


El jurado del Concurso Internacional de Literatura Infantil Julio C. Coba-LIBRESA 2011, por fallo unánime, declaró ganadora a la argentina Alicia Barberis por su obra Clodomiro Fernández, el rey sin corona, que fue seleccionada entre ciento setenta y dos obras procedentes de dieciocho países.

Fueron consideradas finalistas otras cinco obras:

Algunas cosas que contar sobre los días, las horas, el sol, la lluvia, mi amiga Clara, mi gato (y todo lo demás) de Catalina Donoso Pinto (Chile)

Historia de Tomás, su abuela postiza y los tres invisibles de Nydia Beatriz (Bachi) Salas (Argentina)

La vida secreta de los objetos de Andrea Ferrari (Argentina)

Nueve meses de María Florencia Gattari (Argentina)

Secretos con la almohada de María Jesús Franco Durán (España)

Además de estas cinco finalistas, también se recomendó la publicación de:

Compañía animal de Nicolás Schuff (Argentina)

Cuentos con viento de María Cecilia Moscovich (Argentina)

De pelos, plumas y ornitorrincos de Ana Carlota González (Ecuador).

El jurado estuvo presidido por Francisco Delgado Santos, y conformado también por Soledad Córdova y Estuardo Vallejo.



Juan y Pablo. Lindas imágenes.





Otro libro recomendado, editado por el Fondo de Cultura Económica. La historia está narrada sólo con imágenes: una oveja se pesa en una balanza, toma medidas, compra tinturas, se tiñe el pelo, se esquila, lleva la lana a hilar y se pone a tejer. Está preparando un regalo...
La autora es holandesa, se llama Sylvia Van Ommen. Aquí, una animación suya, de la serie De show van Niks.





El chico de Perdido y Encontrado (ver abajo), me hizo acordar a este otro chico, que dibujó Cubillas para un cuentito que escribí hace unos años.



Un avance del corto basado en el excelente libro Perdido y encontrado, de Oliver Jeffers, editado en español por el Fondo de Cultura Económica. Si alguien sabe dónde ver la animación completa, que avise...



"¡Ay, vivir siempre, estar siempre muriendo!". Walt Withman.

En casual coincidencia con el decreto firmado ayer por la presidenta, el ciclo de cine Filmoteca, que programan y presentan Fernando Peña y Fabio Manes en canal 7, esta semana estuvo dedicado a películas sobre prostitutas. El lunes pasaron Las noches de Cabiria, película genial de Federico Fellini, con Giulietta Masina y música del gran Nino Rota. Esta es la maravillosa escena final (recomiendo ver en pantalla grande).



"El argumento es totalmente verdadero porque lo imaginé de cabo a rabo. Su realización material propiamente dicha consiste, esencialmente, en una proyección de la realidad, dentro de una atmósfera oblicua y recalentada, sobre un plano de referencia irregularmente ondulado y sometido a distorsiones".

Boris Vian. La espuma de los días.


Ella Fitzgerald y Cole Porter. Cómplice, grata compañía para el frío.



DONDE HUBO FUEGO


Philip Larkin escribió su novela Jill a los veintiún años, mucho antes de convertirse en un poeta reconocido y en un bibliotecario de vida ordenada y rutinaria. (Cuando supo que algunos criticaban su poesía por pintar una existencia anodina, dijo: “Me gustaría saber cómo pasan ellos el tiempo. ¿Matando dragones?”).

Jill cuenta la historia de John Kemp, un adolescente tímido e indeciso, de una clase social modesta, que busca ser aceptado entre sus nuevos compañeros de Oxford. Pero Kemp no pretende la amistad de aquellos que se le parecen (y que por eso mismo desprecia), sino de aquellos otros, despreocupados hijos de ricos que beben, fuman, se ratean y andan con chicas (o eso dicen). Estos muchachones, como diría mi abuela, aceptan a Kemp sólo para pedirle favores o dinero. Así que después de un tiempo y algunas humillaciones, para paliar su desazón y su tedio, Kemp se inventa una chica imaginaria. La modela en su cabeza a gusto y placer, la bautiza Jill y empieza a escribirle cartas.

Leí tres cuartos de esta novela en dos días (lo que es muy rápido para mí). El frío, la llovizna y las cenizas volcánicas que sobrevolaban hasta hace poco la ciudad fueron buenas excusas para no pisar la calle. Pero llegó el momento en que debía salir sí o sí y me di el lujo de tomar un taxi, porque la idea de entrar al subte y apretujarme me paralizaba.

Por desgracia, apenas subí al auto noté que el chofer tenía serias intenciones de hablar. Dicho y hecho, una cuadra después el tipo rompió el silencio de esta manera: “Flaco, ¿vos sabés qué es el Tarot?”. Un rato antes, dijo, alguien le había sugerido consultar a un tarotista, y él no sabía bien qué era eso, si magia o qué.

Yo le dije lo poco que sé sobre el tema y después esperé en silencio que él me contara la verdadera historia que quería contarme. Y que era una historia de amor.

Un tiempo atrás, dijo, su joven amante –no su esposa– había empezado a acudir a una iglesia evangélica, y la relación entre ellos –que llevaba diez años– se había ido enfriando, sin que él pudiera hacer nada al respecto. “Le fueron lavando la cabeza, flaco”. Esa misma semana su amante lo había citado en un parque para terminar la relación. “Y ahí me di cuenta de que estaba enamorado de ella. Estoy enamorado. Ayer la llamé y se lo dije. Le expliqué que por ella estoy dispuesto a dejar a mi familia, mudarme, todo. Pero no hay caso. No quiere. Dice que lo que tenemos está mal y que siente un gran vacío. ¿Y qué querés que te diga, flaco? Tiene razón. Pero yo estoy roto. Roto. Mi señora me ve mal, claro. Yo no le digo por qué. ¿Cómo le voy a decir? Le invento excusas de trabajo… Entonces me sacó turno con el psicólogo de la obra social. Tengo que ir mañana. ¿Vos fuiste al psicólogo alguna vez?”. Le dije que sí, que había ido y que seguía yendo. “¿Y?” “¿Y qué?” “¿Te sirve para algo?” “Para algo me sirve, sí” “Pero yo lo que quiero es que ella vuelva, ¿me entendés?” “¿No pensaste en ir con ella a la iglesia?” “No, eso no es para mí. Además no quiero arruinarle la vida”. Nos quedamos un rato en silencio. Después le dije: “Por ahí en la iglesia conoció a alguien”. El tachero me miró por el espejito con ojos vidriosos. "A Dios", dijo. “Bueno, competir con Dios es difícil”, dije. Miró el cielo. “¡Para colmo estas cenizas de mierda! Esta madrugada salí a buscar el taxi y estaba lleno de ceniza, ¿podés creer? Hoy pensé todo el día que por ahí es el fin del mundo. Todo eso de las predicciones mayas y no sé qué. Y ¿qué querés que te diga, flaco?, Por mí que se acabe. Por mí que se vaya todo bien a la re puta que lo parió”.

Cuando bajé del auto pensé en el amor, la literatura y las cenizas y me acordé del relato de Marcel Schwob sobre Empédocles, filósofo que según la leyenda terminó sus días arrojándose al interior del volcán Etna:

“Todos los seres, decía, no son más que trozos desjuntados de esa esfera de amor donde se insinuó el odio. Y lo que llamamos amor es el deseo de unirnos y fundirnos y confundirnos, como éramos antaño, en el seno del dios globular que la discordia rompió. Invocaba el día en que la esfera divina había de hincharse, después de todas las transformaciones de las almas. Porque el mundo que conocemos es la obra del odio, y su disolución será la obra del amor. Así cantaba por los pueblos y los campos; y sus sandalias de bronce venidas desde Laconia tintineaban en sus pies, y delante de él sonaban címbalos. Sin embargo, de las fauces del Etna surgía una columna de humo negro que lanzaba su sombra sobre Sicilia”. (‘Empédocles, dios supuesto’, en Vidas imaginarias, Marcel Schwob).

Como el taxi me había llevado a destino antes de tiempo, me senté a esperar en un café. Saqué la novela de Larkin. Además del psiconálisis, del tarot y de la iglesia, también está el consuelo de la literatura. El joven John Kemp lo sabe y sigue escribiéndole cartas a Jill, su chica imaginaria. Le escribe cartas todo el tiempo y las echa al buzón. Pero de pronto, ella se hace carne. Kemp se cruza con una chica muy parecida a la que imaginó en las viejas calles de Oxford. Y no cuento más, por si piensan leerla. A cambio les dejo un poema de Larkin que se llama “Los árboles”, ahora que están todos pelados y que, según Crónica TV, faltan sólo ochenta y pico de días para la primavera:


Los árboles ya dan retoños
como algo no del todo dicho;
brotes recientes, calmos, se dispersan
en un verdor que es casi una pena.

¿Es acaso que vuelven a nacer
y nosotros declinamos? No, pues también ellos
mueren. El repetido ardid de renovarse
queda escrito en anillos de madera.

Y sin embargo, incansables, cada mayo
los castillos se desgranan en plena densidad.
Ha muerto un año, parece que dijeran;
comienza, comienza tú también de nuevo.




¡Terror! Vía failblog

"Domicilio Conyugal", película de Francois Truffaut


CIENCIA DEL NOMBRE

Para elegir mi nombre, mis padres (por iniciativa de mi papá) hicieron cada uno una lista con diez nombres de su gusto. Después compararon listas, descartaron los nombres que no coincidían y eligieron uno entre los dos o tres que sí.

Mi amigo K y su esposa están por tener otro hijo. Aún no saben cómo se llamará. Le hablé a K del sistema de las listas pero no le interesó. Su problema es que ningún nombre termina de gustarle, o de "sonarle bien" junto a su apellido.

¿Por qué nos agrada o desagrada un nombre?
En la infancia, hay un momento en que renegamos del nombre que nos impusieron. Yo quise llamarme Andrés; después, Lucas. Ya ni me acuerdo los motivos. Creo que así se llamaban unos chicos más grandes que por algún motivo admiré. Hoy esos nombres no me gustan nada.

Aunque elegir un título para un libro es bien distinto (Dios me guarde de los escritores que hablan de sus obras como "hijos"), a veces puede resultar igual de difícil.
Creo que si el título de la obra no aparece antes de terminar de escribirla, seguramente tendremos problemas para encontrar después uno que nos convenza.
Al menos esa es mi experiencia. El título de un libro aparece antes de escribir una sola línea (¿cuántos títulos de historias que jamás escribiré se me ocurren por mes?), o bien durante la escritura.
A veces un buen editor puede ayudar a encontrar un título adecuado. A veces ayuda mucho más alguien que tiene poco o nada que ver con la literatura, tal como se ve en una escena de la entrañable película "Domicilio conyugal", de Truffaut.
Antoine Doinel acaba de tener un hijo (al que anotó en el registro como Alphonse, contradiciendo la voluntad de su esposa, a quien ese nombre le suena "campesino"), y además está escribiendo un libro. Su vecino, dueño de un bar, quiere saber cómo se llamará la novela.

-No sé -dice Antoine.
-Bueno, no puede ser tan difícil poner un título, ¿no?
-...
-A ver: ¿en el libro hay tambores?
-No
-¿Y trompetas?
-No
-Entonces ya está: "Sin tambores ni trompetas".

¡Voilá!