qué bueno descubrir películas tan hermosas. me hizo acordar a el pequeño nicolás
anoche cené con mi papá, le conté que había visto esta película. él también la vio, hace 40 años. todavía se acordaba de la musiquita. la tarareó en la puerta del restorán, antes de despedirnos.   


  




LA CONFESIÓN DE UN PARAGUAS

Vivo casi siempre en un rincón oscuro, pero cuando llueve me abro como una flor. Rara vez he visto el sol. Apenas lo recuerdo. Apenas me lo imagino.
Soy un ala redonda a la que no dejan volar.
Me han dicho que en realidad soy un techo que camina, un techo ambulante que aparece cuando llueve.
Me abren y enseguida me inflo como un pavo y siento caer la lluvia sobre mí.
Soy un paraguas para atajar mil lluvias:

chaparrones, aguaceros, garúas
lloviznas... En fin, toda la familia...

Después cuando me cierran, me siento mustio, marchito como una flor o peor... como un fosforo apagado. Menos mal que me llevan abierto cuando hace rato dejó de llover.
Y cuando estoy abierto me siento un ala prisionera, la única ala hecha para mojarse cuando llueve. Y entonces quiero escaparme en serio, escaparme volando... Pero me tienen bien sujeto por ese dichoso mango traidor. Ni los pájaros ni los barriletes vuelan cuando llueve. Yo, en cambio, quiero volar en medio de la lluvia hasta verle la cara al sol.
Ni flor ni pájaros. Flor negra, pájaro negro, me han dicho alguna vez. Y hasta dicen que es de mal agüero llevarme creyendo que va a llover.
Tal vez por eso me olvidan con facilidad. El nuevo dueño siempre me cuida más que el que me perdió. Pero, de todos modos, hace conmigo lo mismo que el otro: abrirme, cerrarme, sujetarme, olvidarme... Y así se va la vida.
Me han hecho para navegar por la lluvia como una canoa al revés.
Somos todo un pueblo que aparece con la lluvia. Brotamos como los hongos cuando comienza a llover.
Pero ya somos creciditos. Es hora de soltarnos y dejarnos volar. Tenemos que esperar un descuido para escaparnos como los globos. ¡Ah! ¡Cuándo seremos paraguas sin mango!

Al final uno se parece al pelo y las uñas, que quieren crecer y seguir creciendo siempre... ¡Y los cortan! Pero éste ya es otro cuento.



christian schloe


En Rosario hay muchos poetas y bares hermosos donde leer, escribir, conversar y perder el tiempo. Tal vez haya una relación entre ambas cosas. Ahora estoy sentado en uno de esos bares, con M. Tenemos varios libros que compramos en Club editorial Río Paraná. Yo hojeo Versos de un jubilado, de Francisco Gandolfo. Cuando me traen el café, levanto la vista y miro por la ventana. En el edificio de enfrente, una vieja se asoma al balcón y sacude unos trapos al sol. La señora tiene el pelo blanco y largo, por debajo de los hombros. Me pregunto por qué la mayoría de las mujeres se corta el pelo corto al envejecer. En la cuadra de mi casa nueva, como aquí enfrente, hay una vieja con el pelo largo y cano. Yo lo tomo como un signo de buena suerte, me alegra verla ahí. La saludo al pasar, porque todas las tardes ella hace caso omiso al terror y la ansiedad que destilan los televisores, y se sienta en el frente de su casa, con la puerta abierta, a mirar a la gente. Una costumbre que también tenía mi abuela, en Paraná, y que extraño.

Pensando en el cabello, me acuerdo de un poema de mi amiga Paz, que vive aquí, en Rosario. No creo que la vea, porque hemos viajado con M solo por un día, para asistir al casamiento de otro amigo poeta, Agustín.    
Ahora que la vieja de enfrente termina de sacudir sus trapos, vuelvo a mi café y al libro de Francisco Gandolfo. Leo estos versos:


Volátiles

1
El cazador trajo loros
que su mujer asó.

Servidos a la mesa, 
él le preguntó a ella
por qué no comía.

Ella le contestó:
"Porque hablan: 
es como comerse a un chico".

2
He levantado mis brazos para estirarme
porque estoy cansado
y los vuelvo a bajar
en el preciso momento
que dos palomas pasan
y una le dice a la otra:
"Qué pesados son los hombres,
nunca aprenderán a volar".

3
Un vendaval derrumbó el árbol
donde dormían golondrinas,
que ahora buscan dónde anidar.

Una, pequeña, se guareció
en el hueco de una pared.
Otra, también desorientada,
se ha posado en un cable de televisión
pensando en su porvenir.

4
Este pájaro parado en la punta
del caño de una antena de televisión
en desuso, canta como educado por los dioses,
transfiriendo a través de los siglos
la modulación de su especie. 

EL POZO
Erwin Moser

Detrás de nuestra casa hay un pozo con una escalera.
¿Estarán trabajando buscadores de tesoros?
¿Es un pasaje subterráneo secreto?
¿Es la entrada de una casa en el fondo de la tierra?
¿Ahí abajo vivirán enanos, seres subterráneos o dragones que escupen fuego?
¡Nada de eso!
El pozo lo cavó un campesino que se llama Pacuto. Allí arroja las calabazas podridas y la fruta pasada.
¡Qué lástima!




21 de junio de 2014
Muy querido amigo:

Los bravos, los bellos, muchas veces mueren jóvenes. Arden mucho y rápido. Iluminan. (Vos tenías la piel del color del fuego). No pretendo hacerme el poeta. Perdoná. Además lo anterior seguramente ya lo sabías porque estuviste cerca mío mientras preparaba una versión para chicos de la Ilíada (Aquiles y todo eso). Pero bueno, dejame consolarme un poco de tu ausencia física con palabras. Es un recurso que tenemos los bípedos implumes (a los otros, los emplumados, los dejabas visitar el jardín sin mucho celo, aunque una vez le hincaste el diente a uno, no creas que no me acuerdo).
Voy a extrañarte. Te extraño. Gracias por tu amor y amistad, Vlad. Sé que viviste una vida breve pero feliz (lo sé porque sonreías, porque abrazabas, porque te gustaba beber agua corriente de los grifos, porque disfrutabas provocando a los perros, porque te dejabas querer, porque te paseaste por techos y cornisas y te estiraste al sol todo lo que quisiste y porque la tenías a la gorda Selma -ella también te extraña- para lavarte la capocha a lengüetazos en el sillón cada vez que dormías la mona tras una noche de excesos).
Sé también que vos nos querías a nosotros. No sé dónde ni cúando pero estoy seguro, como dice la canción de abajo, que vamos a volver a encontrarnos, y que será un día soleado. Mientras tanto haré lo posible por no ser del todo indigno de tu memoria. 
Hasta entonces, hermanito. Te quiero mucho.

N.   

     




Una ilustración de María Abásolo para un libro que escribí y se publicará a mitad de año. Se llama Cuentos de todos y de nadie



ilustración de Clau Degliuomini para El pájaro bigote, libro que imaginamos entre ambos y que en breve publicará AH pípala.