EL PAJARO BIGOTE

Entonces me dediqué a dejarme crecer el bigote. Lo hice con esmero, las puntas retorcidas hacia arriba, con forma de pájaro.
Mientras tanto, seguía escribiendo poemas y los decía en voz alta, para hacerme compañía, pues desde hacía mucho tiempo añoraba conocer una mujer, y nunca se me daba. Después de todo, este de escritor es un oficio extraño y solitario.
Cuando recitaba, entre los pelos de mi bigote se iban quedando ciertas palabras: río, otoño, montaña, mente, demente, mate, despertate, amargo, letargo, chocolate.
Una noche calurosa soñé que mi bigote era un pájaro. Salía por la ventana y volaba sobre la ciudad dormida, sobre las luces y las casas y las plazas y los callejones.
Otros pájaros lo miraban raro, tal vez porque nunca habían visto un pájaro bigote, tal vez porque no sabían mirar sin desconfianza –hay seres así.
El pájaro bigote volaba y soltaba mis palabras, y las palabras caían sobre amantes, ladrones, policías, personas como sombras, personas asombradas, personas sin sueño, personas sin casa, personas con perro, personas con peguntas, personas con y sin respuestas.  
Al volver, mi bigote se equivocaba de ventana, entraba a otra habitación y se posaba sobre la boca de una mujer dormida. Pero un rato más tarde se daba cuenta de su error y volvía a mí, y debajo de mi nariz yo respiraba el olor de aquella mujer, que había quedado entre los pelos de mi bigote, y que era un olor a fogata y a ciruelas.   
Por la mañana me levanté, me peiné el bigote (pero no me lo lavé, porque el olor me gustaba).
Y cuando fui a comprar el pan me crucé en la calle con una mujer alta que olía a fogata y ciruelas.
Nos frenamos.
Ella me miró los ojos y el bigote, los ojos y el bigote.  
–Usted es poeta –dijo.
–¿Cómo lo sabe?
–No lo sé.
–La invito a comprar el pan conmigo.   
-Acepto.
Compramos pan recién hecho y un mes después nos casamos.
La noche de bodas soñé que el bigote me decía:
“Estoy contento por vos, pero yo me siento bastante solo, ¿sabés? ¿Qué te parece si me afeitás?”.
“Tengo una idea mejor”, le dije yo.
Desde ese día me dejé crecer la barba, y ahora los cuatro estamos contentos, aunque a veces sueño que mi barba es un bosque de palabras por el que ando solo, siempre solo.    






LAS COSAS EXPUESTAS, Jürg Schubiger

En un parque se Stuttgart apareció un hombre que llevaba un cobayo en una caja. Abrió la caja y dejó al cobayo en la hierba. Después colocó su sombrero al lado. Mientras el cobayo comía hierba, pasaba el sombrero. La gente se acercaba para ver al animal. “A lo mejor sabe saltar sobre un bastón o andar en la cuerda floja”, pensaban, y echaban dinero en el sombrero del hombre. Pero el cobayo corría por la hierba y comía.
-¿Qué hace su cobayo? –preguntaba la gente.
El hombre contestaba:
-Corre por la tierra y come. ¡Mírenlo!
La gente miraba y seguía echando monedas en su sombrero.
Un campesino que lo vio todo se fue a su casa y sacó su vaca del establo. Fue con la vaca al parque y la puso a pacer junto al cobayo. Después apoyó el sombrero en la hierba. La gente se acercaba y echaba monedas.
“A lo mejor sabe andar sobre dos patas”, pensaba la gente.
Pero como la vaca estaba quieta paciendo, le preguntaban:
-¿Qué es lo que hace su vaca?
-Ya lo ven: está de pie y pace.
La gente volvía a mirar y se decían unos a otros:
-Una vaca que está de pie y pace no es cualquier cosa.
Más tarde pasó por allí un cochero. El cochero expuso su caballo. Luego un hombre colocó su moto en la hierba y puso un sombrero al lado. Otro llevó su cama al parque y la colocó allí, otro expuso su navaja y otro su sillón. Junto a todas las cosas que se exponían había sombreros. Y sin embargo se podía mirar las cosas también sin pagar. Por todas partes la gente iba preguntando qué era lo que hacía la cosa. Echaban dinero y obtenían una respuesta:
-Es un caballo que come hierba –decía el cochero.
Y los otros hombres explicaban:
-Es una moto que está en la hierba, es una cama que está en la hierba, es una navaja encima de un periódico, es un sillón.
El hombre que exponía el sillón decía a la gente:
-Siéntense.
Y se sentaban.
Luego se decían unos a otros:
-Un sillón tampoco es cualquier cosa.