Diario del Huevo. 27/12/2010. Como pueden ver, conseguí una camarita. Entretanto, el huevo no se frió. ¿O se dice fritó? En cualquier caso, ajeno a las dudas gramaticales, a la inclemencia de este sol tremendo y a los balances de fin de año, el pichón sigue evolucionando bajo esa cáscara blanca. (En la foto el huevo no se ve porque, precisamente, está debajo de su padre -¿o es la madre?-, a quien por otro lado no quiero importunar con mis aires de improvisado paparazzo).

¿Nacerá el primer día del año próximo? ¿Y ustedes? ¿En qué andan? ¿Nadan? ¿Y Adán? ¿Y Dana? ¿Y Ana? Yo termino de preparar mi bolso para partir de BA, esta noche, hacia un lugar más tranquilo, verde y silencioso. Un lugar en la provincia de Córdoba donde, dicen, no solo vuelan pájaros, sino también OVNIS. Por las dudas llevo la camarita.

Les deseo a todos un muy feliz 2011, estén donde estén.



PAPA NOEL

Laura, Damián y yo conversábamos en el patio, sentados alrededor de la mesa. Ya habíamos terminado de cenar, pero todavía nos quedaba lo más rico: el pan dulce, el turrón y el helado. Hacía calor, pero no tanto. Soplaba un viento suave que traía, entreveradas, risas y músicas de casas vecinas. Aunque faltaba un rato para las doce de la noche, cada tanto se oía a lo lejos el estruendo de un petardo.

Me acordé de las navidades de mi infancia. Mientras mi papá y mi tío contaban chistes malísimos y mi hermana le quitaba las frutas abrillantadas al pan dulce, mi primo y yo trepábamos al gomero del jardín. Nos gustaba sentarnos en esas ramas gruesas y ver desde ahí los fuegos artificiales que inundaban el cielo del barrio.

–Qué suerte que a la tarde llovió, ¿no? –dijo Laura, ahora–. Se puso lindo.

Era cierto. No había ni una nube y las estrellas brillaban como si las hubieran lavado con agua y jabón.

–¿Qué hora es, Dami? –le pregunté a mi hijo.

–Las doce menos cuarto –dijo él, sin levantar la vista de su teléfono celular. Se estaba mandando mensajes con algún amigo.

–¡Uh, falta muy poco para que llegue Papá Noel! –dije, guiñándole un ojo a mi esposa–. Voy al baño y vuelvo.

Fui hasta mi dormitorio, abrí el ropero y saqué el brillante traje rojo, el gorro con el pompón, las botas y la barba postiza. Uso el mismo traje desde que Damián tenía dos años. Lo compré en oferta en una antigua tienda de disfraces de Villa Luro, cerca de mi trabajo. Desde entonces ya pasaron varios años y la barba se ha puesto un poco amarillenta, pero el traje se conserva muy bien. Después de todo lo uso apenas un ratito en nochebuena.

Me vestí con cuidado y me puse un almohadón sobre la panza, debajo del saco, para parecer más gordo. Después busqué los regalos que había escondido debajo de la cama y los metí en una bolsa. Me miré en el espejo del ropero, me enderecé la barba, y salí a la calle por la ventana del dormitorio.

La vereda estaba casi desierta. Un gato negro se lamía la panza con gran concentración, sin sospechar la batería de ruidos y colores que estallaría unos minutos más tarde.

Entré a casa por la puerta principal. Sabía que Damián, como todos los años, estaría espiando a la distancia, esperando ese momento con una mezcla de fascinación, temor y sorpresa.

Avancé por el pasillo, entré al living en puntas de pie. Las luces parpadeantes del arbolito pintaban las paredes de tonos suaves y cambiantes. Me acerqué y empecé a dejar los regalos al pie del árbol que Laura, Damián y yo decoramos con serpentina, estrellas plateadas, bolas de brillante plástico rojo y dorado.

Entonces, como suponía, vi a mi hijo con el rabillo del ojo. Me espiaba desde la puerta que daba al patio, unos metros más allá.

–Papá –dijo de pronto–, no hace falta que te disfraces más. ¡Ya sé que sos vos!

Eso me tomó por sorpresa, pero decidí continuar y terminar mi misión en silencio. No pensaba hacerle las cosas tan fáciles. ¡Que le quedara la duda, al menos!

Acomodé los regalos. A Laura le compré zapatos con taco, para bailar tango. A Damián una remera, y también un pedal de guitarra eléctrica que él me pidió un montón de veces, porque ahora formó una banda de rock con sus amigos. (La banda se llama Los Enanos Zombis. Aún no tuve el gusto de escucharla). El último regalo era el mío: un libro de Charles Dickens, uno de mis autores favoritos.

Cuando terminé, dije con la voz más grave que pude:

–¡JO JO JO! ¡Feliz navidad!

Después me incliné, saludé a Damián con una reverencia, y volví a salir a la calle por la puerta principal.

¡Qué cosa, cómo pasa el tiempo!, pensé. ¡Como cambia todo! ¡Mi hijo ya es grande! ¡Ya no cree en Papá Noel!

En la vereda, antes de entrar otra vez a mi cuarto por la ventana, oí campanitas y como una risa que arrastraba el viento. Levanté la vista. Un majestuoso trineo tirado por renos surcaba el cielo. Iba cargado de regalos y lo conducía un señor gordo con una barba muy blanca. Llevaba un traje parecido al mío, pero mucho, mucho, mucho más hermoso.


Publicado en la revista Billiken, diciembre 2010.




TRASPASO DE LOS SUEÑOS, Ramón Gómez de la Serna

De pronto, dejó de tener pesadillas y se sintió aliviado, pues habían llegado ya a ser una proyección obsedante en las paredes de su alcoba.
Descansado y tranquilo, en su sillón de lectura, el criado le anunció que quería verle el señor de arriba.
Como para la visita de un vecino no debe haber dilaciones que valgan, le hizo pasar, y escuchó su incumbencia:
—Vengo porque me ha traspasado usted sus sueños.
—¿Y en qué lo ha podido notar?
—Como vecinos antiguos que somos, sé sus costumbres, sus manías y sobre todo sé su nombre, el nombre titular de los sueños que me agobian a mí, que no solía soñar... Aparecen paisajes, señoras, niños con los que nunca tuve que ver...
—¿Pero cómo ha podido pasar eso?
—Indudablemente, como los sueños suben hacia arriba como el humo, han ascendido a mi alcoba, que está encima de la suya . . .
—¿Y qué cree usted que podemos hacer?
—Pues cambiar de piso durante unos días y ver si vuelven a usted sus sueños.
Le pareció justo, cambiaron, y a los pocos días, los sueños habían vuelto a su legítimo dueño.


Vía Tam Tam encontré este video. Forma parte del hermoso proyecto IMAGINANTES, de José Gordon, que se transmite por la televisión mexicana. Se trata de videos animados, muy cortitos, elaborados en torno a ideas, sueños y palabras de artistas y pensadores como Jorge Luis Borges, Carl Jung, Federico Fellini, George Steiner, David Lynch o Gabriel García Márquez. Según las palabras de Gordon, la intención es “mostrar esos instantes dentro de la creación de un gran escritor o cineasta, o dentro de la reflexión que tienen acerca de su trabajo, en la cual se les ve con el foco encendido. Imaginantes muestra algunas historias que están detrás de cómo se da ese proceso creativo y cómo se da el contagio de la imaginación”.

Acá se puede ver la serie completa.


Canta Wapner

Sábado 18 de diciembre a las 19 hs.

Espectáculo musical. Entrada gratuita

David Wapner, poeta, autor de libros para chicos y cantautor argentino radicado en Israel, cantará canciones de su más reciente repertorio, incluidas en sus ábumes en vivo "Frontera en directo" (Zaragoza, 2007) y "Wapner LivEuzkadi" (País Vasco, 2009), y de su disco grabado en estudio "Pequeñas canciones de la Gaturbe", que integra el libro-álbum para chicos ideado junto a Ana Camusso, "Pequeña Guía de la Gaturbe" (Ediciones del Eclipse, 2009) y cuyos dibujos, de Ana Camusso, serán proyectados en simultáneo con las canciones. Wapner también estrenará su versión cantada de su clásico "Canción decidida" y leerá poemas y textos de libros inéditos.

Músicos invitados: Coco Clavel (guitarra), Carlos Viggiano (bandoneón) y Roberto "Monito" Viera (percusión).

En EChuNHi Avenida del Libertador 8465. Ciudad de Buenos Aires


ESTACIONES

Pánico

Lam bajó del subte en la estación Pánico. No era la estación a la que se dirigía, pero venía leyendo, se distrajo, y cuando quiso volver a subir era tarde: las puertas estaban cerradas, el subte se ponía en movimiento. El otro pasajero además de Lam que había bajado en esa estación corría hacia la salida soltando escalofriantes alaridos. A Lam se le erizaron los pelos de la nuca. Miró para todas partes. No podía moverse. "Es lógico", pensó, "soy presa del Pánico". Este razonamiento lo serenó durante un segundo. Al segundo segundo, la negra nube del Pánico había oscurecido otra vez su entendimiento. Tembló, se le puso la piel de gallina, le castañetearon los dientes. No supo si correr hacia la salida que tenía a la derecha o a la de la izquierda, si saltar a las vías y cruzar el andén o encerrase en el baño. Apretó los puños. Gritó como nunca antes, con toda la fuerza de sus pulmones. En ese momento, una nueva formación entraba a la estación Pánico. Cuando se abrieron las puertas, Lam se arrojó dentro y pronto su respiración comenzó a serenarse. Los aullidos de la única persona (una viejita) que había descendido en aquel lúgubre andén fueron quedando atrás, confundidos con el chirriar de las vías y el traqueteo del subte alejándose.


bombo!
Diario del Huevo. 16/12/2010. Hoy, harto de sudar, encendí el aire acondicionado. La torcaza estiró el cuello y se quedó un rato así, prestando atención. Después volvió a su posición habitual. Eso fue todo. Ningún problema. Supongo que estos bichos están tan acostumbrados a la ciudad, a sus ruidos y su confusión, tanto como nosotros. Aunque yo, si pudiera volar, ya me hubiera ido hace rato a un lugar más tranquilo, verde y silencioso. (Veremos si lo consigo andando).

Pan-tuflas. Para usar hasta que agarren olor a queso, y luego comer. (Se desaconseja su uso en espacios abiertos para no tentar a palomas ni ratones).

Diario del Huevo. 15/12/2010. Anoche mi amigo el avistador de aves no pudo venir (una pena, porque había comprado salamín, queso y vino blanco para compartir). Tampoco conseguí la cámara. Pero algo pude averiguar vía Internet, mientras daba cuenta del salamín.

Estoy casi seguro de que el pajarito es una torcaza. La torcaza es una de las casi trescientas especies de palomas que hay en el mundo. Al parecer es muy usual que aniden en balcones y patios. Son monógamas y casi siempre ponen dos huevos. (En mi maceta, por ahora, sólo hay uno). De la incubación se ocupan tanto el padre como la madre. La hembra incuba de noche y el macho de día, durante unos dieciocho días. Cuando nacen, las crías permanecen en el nido un par de semanas.

Como tiene algunas plumas apenas adheridas al cuerpo, cuando un ave de presa intenta atrapar a la torcaza, ella se deshace de esas plumas superficiales, y así zafa. Ese es su pícaro método de defensa, en el que encuentro cierta sabiduría digna de imitar. De alguna manera me recuerda a las clases de Judo que tomé entre los once y los doce años.

Por lo demás, es bastante aprensiva: anoche, cada vez que me acercaba un poco a la ventana, mi torcaza huésped salía volando hasta un alero cercano, para volver cuando yo me retiraba. Después, en algún momento, ella abandonó el nido y no regresó. Entonces me fui a la cama. Mientras yo nadaba hacia el país de los sueños, la torcaza sobrevolaba el barrio en busca de alimento. Ahora el macho está de nuevo acá, espiándome siempre con su pequeño pero potente ojito negro.


Diario del Huevo. 14/12/2010. Esta mañana llegó el pajarito a incubar su huevo. No es un gorrión ni una paloma. Tampoco un avestruz ni un pterodáctilo. Es gris, más bien pequeño –más grande que un gorrión, más chico que una paloma–. Tiene la cabeza muy redondeada y "pelada". La cola es mediana, tipo penacho. Esta noche vendrá a mi casa un amigo que, según mencionó una vez, solía practicar avistaje de aves. (Debo recordar preguntarle cómo llegó a iniciarse en esa disciplina tan poco urbana). Quizá él tenga idea de qué pajaro es este que ahora miro y me mira (él de perfil, con un ojito muy negro). Aunque hay que ver si esta noche el pájaro sigue ahí o no (¿a dónde irá?). Me doy cuenta, con cierta vergüenza, que no sé nada de nada sobre la vida de las aves.

Una cosa me inquieta. La maceta-nido está apoyada sobre el motor del aire acondicionado. ¿Qué va a pasar cuando lo encienda, cosa que necesariamente haré antes de que nazca el pichón?

Numerosos interrogantes.

Mientras tanto, intentaré conseguir una cámara de fotos para ilustrar este "Diario del huevo".

Diario del Huevo. 13/12/2010. Detrás de una de las ventanas de mi casa tengo dos macetas con tierra seca, donde ya no crece nada. Una maceta es verde y la otra marrón. Están apoyadas sobre el motor de un aire acondicionado. Dejé de regarlas hace tiempo, el día en que una amiga, queriendo abrir la ventana, tiró con fuerza del pomo y lo rompió. Como las ventanas son antiguas y yo, para ciertas cosas, tengo muy poca iniciativa, el mecanismo sigue roto desde entonces (estamos hablando de dos años atrás). Es MUY PROBABLE que pronto lo haga arreglar. Mientras tanto, trato de abrir y cerrar poco la ventana, porque es complicado. (Tengo que usar un destornillador, o algo parecido).

La cuestión es que esta esta tarde vi a un pájaro adentro de una de esas macetas (la verde). Cuando me acerqué, salió volando. No llegué a ver si era una paloma, un gorrión, un avestruz o un pterodáctilo. Pero en la maceta había un huevito muy blanco, del tamaño de una peladilla. Y también dos o tres ramitas secas. Hasta ahora el pájaro no ha vuelto. ¿Lo hará? ¿Nacerá algo de ese huevo? Por lo pronto, entre tantas cosas horribles vistas y oídas en estos días, lo tomo como un buen augurio para el año que está por comenzar. ¿O será una señal de que debo abrir una cuenta en Twitter?



Guy Robot! Simpáticas criaturas armadas con piezas de desecho industrial.


PUNCH!


LA CABEZA, Wimpi

Dicen los entendidos que aquellos seres o cosas con los que habemos relación más frecuente, son sólo los que llegan a tener numerosos nombres para señalárseles.

El elefante, por ejemplo, al que ve uno, de tanto en tanto y sin estrechar vínculos, quedó con ese solo apelativo.

En cambio el cerdo, debido a su proximidad, a su domesticidad, al menudeo de su trato, es llamado tanto cerdo, como puerco, cochino, verraco, marrano, cochi, chochan, y chancho. Además del nombre propio del vecino.

El sofá, que no es un mueble de confianza –no estando de novio, de visita o esperando al dentista, por lo general se le pasa de largo–, es sólo el sofá para todo el mundo.

A la cama, antes bien, o sea la meta más popular que se conoce, le llaman: cama, lecho, tálamo, catrera, sobre, y quienes gustan de exhibir su riqueza de idioma –que nunca faltan– hasta apolilladero.

Con la cabeza, empero, se desmiente esa como regla, porque es la parte del cuerpo que menos domesticada tiene el tipo. Y, sin embargo, es a la que más apodos se le han puesto: coco, azotea, melón, sesera, bóveda, mate, croqueta, capocha, altillo.

La cabeza se emplea, hoy en día, casi exclusivamente en hacer goles y negocios.

Para hacer goles de cabeza hay que agarrar a la pelota al vuelo.

Para hacer negocios con la cabeza hay que agarrar al vuelo a un socio.

El gol hecho de cabeza, empieza con un pase que le hacen al que espera la pelota y termina con un cabezazo que el arquero nunca espera.

El negocio hecho con la cabeza, al contrario, empieza con un golpe que le dan al que esperaba los billetes, y termina con el pase de los billetes al que los vigilaba para atajarlos. Vale decir: empieza con uno que pone la cabeza y otro que pone la plata; y termina cuando se agarra la plata el que puso la cabeza, y se agarra la cabeza el que puso la plata.


EL TOBOGAN Y EL PERRO, David Wapner


A la resbalada en otro tiempo le decían “tobogán”.

El tobogán de la plaza Bulgaria tenía noventa y ocho resbaladores por día.

Uno de ellos era Rebeca, una niña inolvidable.

Me acuerdo como si fuera hoy; en realidad me acuerdo de lo que me contó Rebeca hace años.

Ella me dijo que, luego de jugar con las hamacas, decidió subir al tobogán. El de la plaza Bulgaria era alto y pintado de rojo, pero por lo demás, no muy diferente al resto.

Entonces, Rebeca ascendió la escalera, peldaño por peldaño, con paso seguro, como toda una experta. Se acomodó en la plataforma, se sujetó de los pasamanos, tomó impulso y se lanzó.

A pocos centímetros el trayecto, un semáforo en rojo la hizo detener.

Aguardó paciente, mientras pasó un camión con acoplado.

Ni bien la luz cambió a verde, Rebeca reanudó su marcha.

Por poco tiempo: un cartel advertía “DESVÍO A LA DERECHA, SENDERO EN REPARACIÓN”.

Giró, pues, a la derecha, e ingresó por un camino oscuro y lleno de pozos.

Habrá hecho dos cuadras, cuando tuvo que frenar: un perro enorme se le interpuso. Era negro, con los ojos rojos. Hablaba:

–Niña Rebeca: no podrás pasar.

Los ojos de Rebeca se llenaron de lágrimas. Tomó coraje y le dijo:

–¿Por qué, si sólo estoy jugando?

Un descomunal ladrido sonó como un trueno:

–No podrás pasar… A menos.

–¿A menos qué?

El perro se sentó sobre sus patas traseras. Dijo, más tranquilo:

–A menos que repitas lo que quiero que digas.

Rebeca sacó un pañuelo de papel y se secó los ojos:

–¿Qué quiere que diga?

–Nada difícil.

–Está bien. Luego, ¿me dejarás ir?

El perro movió la cola:

–Por supuesto.

–Entonces, adelante.

Ahora el perro se paró en sus cuatro patas:

–Muy bien, repite esto: “Los perros no cantan”

–“Los perros no cantan”.

–Perfecto. Ahora: “Los perros no hablan”.

–“Los perros no hablan”.

–¡Excelente! Por último: “Los perros siempre dejan pasar a las niñas, porque son galantes y educados”.

–“Los perros siempre dejan pasar a las niñas, porque son galantes y educados”. ¿Está bien?

–¡Magnífico! Ahora sí, podes pasar. Que tengas un buen viaje.

Rebeca agradeció y continuó su viaje.

Resbaló otro techo por aquel tramo oscuro, hasta que un cartel le advirtió: “FIN DEL DESVÍO”.

Retomó entonces el tobogán principal, por el que resbaló sin incovenientes hasta el arenero.

Allí la esperaba yo.

Me dijo, sin que yo pudiese entender bien: “¡Los perros siempre dejan pasar a las niñas, porque son galantes y educados!”.

Y me contó esta historia.


Cuento publicado en Algunos son animales (Ed. Norma, 2003).


El viernes pasado, el FILBA organizó una “toma literaria” de la plaza Armenia y me invitó a leer un fragmento de Hugo Besugo y el misterio del perro salchicha. Junto a mí, dibujando, estuvo el gran Fernando Calvi, ilustrador del libro. También estuvieron las chicas superpoderosas de la editorial Norma: Natalia, Daiana y Paulina. Mi lectura terminó con una inesperada explosión de fuegos artificiales, cuyo milenario e imperecedero atractivo dispersó al auditorio en pocos segundos. Eso me permitió quedarme con uno de los dibujitos de Fernando, que ahora está pegado en mi pared... (el dibujito, digo, no Fernando, que seguramente prefiere estar haciendo otra cosa. Además una vez intenté pegar a un amigo –Darío– en mi pared, y al rato se despegó y se fue de nariz al piso, y se le aflojó un diente, y desde entonces no me habla. Darío, si lees esto llamame. ¡Te pido perdón!).


LOS ESCLAVOS, Jacques Sternberg

En el comienzo, Dios creó al gato a su imagen y semejanza. Y, desde luego, pensó que eso estaba bien. Porque, de hecho, estaba bien. Salvo que el gato era holgazán y no deseaba hacer nada. Entonces, más adelante, después de algunos milenios, Dios creó al hombre. Únicamente con el objeto de servir al gato, de darle al gato un esclavo para siempre. Al gato, Dios le había dado la indolencia y la lucidez; al hombre, le dio la neurosis, la habilidad manual y el amor por el trabajo. El hombre se dedicó de lleno a eso. Durante siglos construyó toda una civilización basada en la inventiva, la producción y el consumo intenso. Una civilización que, en suma, escondía un único propósito secreto: darle al gato cobijo y bienestar.

Es decir que el hombre inventó millones de objetos inútiles, y por lo general absurdos, sólo para producir los contados objetos indispensables para la comodidad del gato: el radiador, el almohadón, el tazón para la leche, el tacho con aserrín, el tapiz, la alfombra, la cesta para dormir y puede que incluso la radio, porque a los gatos les gusta mucho la música.

Sin embargo, los hombres ignoran esto. Porque lo desean así. Porque creen ser los bendecidos, los privilegiados. Tan perfectas son las cosas en el mundo de los gatos.

Incluido en Cuentos glaciales, de Jacques Sternberg (La Compañía, 2010).