
Mi amigo Chiquito y yo, hace unos años, seriamente subyugados por la magia del pop up.
para chicos y chicas de cualquier tamaño, forma y color
LAS COMPOSICIONES DE FRITZ KOCHER, Robert Walser
La música es para mí lo más dulce del mundo. Amo las notas de modo inefable. Puedo andar mil pasos para escuchar una nota (...)
La música siempre me pone triste, pero como lo es una sonrisa. Diría: amablemente triste (...)
Ante la música tengo siempre sólo una sensación: me falta algo. Nunca me enteraré del fundamento de esta suave tristeza, nunca querré indagarlo. No deseo saberlo. No deseo saber todo. Es que, tan inteligente como me parece que soy, poseo poco afán de saber. Creo que es porque soy por naturaleza lo contrario a un curioso. Me gusta dejar que me sucedan muchas cosas, sin preocuparme por cómo suceden. Esto es por cierto criticable y poco apropiado para ayudarme en la vida a encontrar una carrera. Puede ser. No me atemoriza la muerte, por lo tanto tampoco la vida. Noto que comienzo a filosofar. La música es la más irreflexiva y por eso la más dulce de la artes (...)
No se puede querer comprender y valorar un arte. El arte quiere ajustarse a nosotros. Es un ser tan extremadamente puro y pagado de sí mismo, que si uno no se empeña en él se ofende. Castiga al que, queriendo aprehenderlo, le hace concesiones. Los artistas lo experimentan. Y ellos, que ven su oficio en dedicarse a él, saben que de ningún modo quiere ser manejado. Por eso jamás quisiera llegar a ser músico. Me atemoriza el castigo de un ser tan benévolo. Un arte se puede amar, sin embargo uno debe cuidarse de confesarlo. Se ama más íntimamente si uno no sabe que ama (...)
Me falta algo cuando no escucho música, y si escucho música, entonces empieza realmente a faltarme algo. Esto es lo mejor que sé decir acerca de la música.
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Me llaman Xeu. Me gusta sentarme en el cuarto de las muñecas, antes de que salga el sol, y mirarlas a los ojos. Ellas no tienen nombre. Viven junto a una ventana que da al cielo. Ciertas noches bailo para las muñecas hasta que amanece. Después me siento a su lado, me quedo tan quieta y silenciosa como ellas, hasta que escucho pasos en las escaleras, y llega alguien a buscarme para desayunar. Entre los grandes me comporto como esperan que se comporte Xeu. Pero mi verdadero nombre nadie lo conoce, salvo las muñecas, y por eso nadie sabe cómo soy, cómo fui o seré. A veces, cuando hay niebla, con la punta de un dedo escribo mi nombre real sobre el vidrio de la ventana que da al jardín. En ese jardín, en el largo banco de cemento, le diré mi nombre a alguien, algún día. Se lo diré en el oído, con la voz blanca de la porcelana. Y entonces será como despedirme de un sueño largo para entrar en otro.
MIDA
Me llaman Mida. Vivo o vivía en una casa abandonada, al costado de la ruta, en el desierto. (La casa es un cubo blanco, el desierto una tela roja). En los cuartos de la casa hay muebles y máquinas de otra época. Ya estaban ahí cuando llegué. Pero ¿cuándo llegue? A veces pienso que, en el pasado, había más espacio, y también más tiempo. ¿Pensar? Son sensaciones que atraviesan mi mente como bandadas de pájaros, sin dirección, y dejan esto: ecos de su aleteo. A veces también observo a las hormigas. Me pregunto si duermen. A Argos le dan pena, las hormigas. Inclina su largo cuello violeta y las observa de cerca, conteniendo el aliento (mezcla de ajo, miel y pasto mojado) para no estorbarlas. ¿Cómo algo tan pequeño trabaja tanto y se afana de ese modo? Argos a veces llora cuando salimos al patio y las vemos ahí, yendo y viniendo, laboriosas, en fila bajo el cielo infinito de la tarde. Argos, a veces, es tan feliz que siente pena. Quizá por eso es mi amigo. Ayer me trajo un caramelo brillante como una estrella nueva.
Hace un año que pasó la Lluvia Negra.
Ahora el viejo mago, el enano y la acróbata pelirroja viajan juntos por el espacio, representando sus funciones.
En cada planeta, nuevos artistas se unen al elenco.
Algunos de ellos son:
La hermosa señorita Pi y sus pájaros matemáticos.
Ospix el estirable.
Los payasos gigantes Ji y Jo.
Gummo y el ballet de ratones eléctricos.
Durruti y sus fuegos helados.
Mi artista preferida es Xeu, la niña espejo.
Yo me llamo Juan.
Me uní a la trouppe como cronista.
Tal vez, algún día, alguien lea lo que voy dejando por escrito.
Mientras tanto, los artistas me enseñan sus destrezas.
Hoy aprendí a saltar despacio.
Cada tanto -un minuto, dos días, tres semanas, cuatro meses-, se me pierde una media.
En verano, el hecho no me inquieta especialmente. Pero ahora que se acerca el frío querría tomar, de una vez por todas, cartas en el asunto. (Mi maestra de tercer grado, la señorita Marité, decía: “Somos hijos de la necesidad”…)
En verdad, no sé si decir que las medias se me pierden a mí. No sé, realmente, qué grado de responsabilidad tengo en el asunto. Y no encuentro una explicación satisfactoria. Para colmo, las medias desaparecen de a una. Nunca se van o se las llevan juntas. Y eso es aún más molesto, porque existe un consenso muy amplio en cuanto al modo de usar las medias, y es que la dos deben ser iguales.
¿Es posible que alguien entre a mi casa con el fin único de robar medias? Y en ese caso: ¿se las lleva para usarlas o para venderlas? ¿Y si las robara para comerlas? Una criatura espacial, por ejemplo. O una polilla gigante (o muchas de tamaño ordinario, pero organizadas). ¿Quizá un ciempiés? No habría que descartarlo. No, no habría que descartar nada. Incluso la posibilidad de que las medias tengan vida propia.
No me cabe la menor duda de que los bebés del video saben algo del asunto. Como es notorio, a uno le falta una media. Con pasión, debaten el tema en su lengua privada.