¡Gracias, L, por este regalo!


DR UGO PANDA, J.R. Wilcock

El joven doctor Ugo Panda es un cantautor célebre; los exámenes radiológicos han demostrado que el sujeto posee un cerebro poco común, de aproximadamente veinte gramos de peso y del volumen de una avellana, que puesto en relación con el peso y el volumen del cuerpo da como resultado un coeficiente intelectual equivalente al de un tapir. Con semejante cerebro no se puede hacer gran cosa: el Dr. Panda come, duerme, sabe espantar las moscas con la mano, sabe distinguir entre el timbre de la puerta de calle —cuando lo oye se acuesta— pero en cuanto al resto no está en condiciones de hacer nada, ni siquiera de sacarse los zapatos. Sin embargo compone las letras de las canciones que canta en televisión; aunque no son demasiado complicadas, tienen rima, lo que presupone una habilidad ancestral acaso transmitida hereditariamente. Sus letras, totalmente incomprensibles aunque sugestivas, evocan ritmos melanesios, y no se excluye la posibilidad de que los antepasados de Ugo Panda, probablemente tan extravagantes como él, proviniesen de Nueva Guinea, esa tierra tan rica en misterio y en poesía. La más famosa de estas canciones del Dr. Panda es la celebrada Maffammi, primera de la serie del long-play Fulabarula:

Dinga baringa flu-flu-flu
spissi tanghi pissi lu,
sanga buranga flo-flo-flo
escevissi landi scevissi mo.

La presentación de la letra de esta canción a la comisión de examen ha bastado para que a Ugo Panda le fuera otorgado el doctorado en Letras, un día en que sus familiares lograron vestirlo casi como una persona y llevarlo a la Universidad sin que se ensuciara demasiado por la calle. Sus exégetas no dejan de recordar que justamente la noche de ese día memorable el recién recibido compuso de una vez su fascinante Dungalia,evidentemente un canto de alegría y de justificado orgullo ante la inesperada consagración:

Effe de va
effe de ve,
¡gun salafá
gur salafé!
¡Uhi, uhi, uhi!

El disco continúa con una serie de gritos más bien ad libitum. El Dr. Panda vive en Roma con dos hermanas, tres cuñados y una cantidad de sobrinitos que lo miman día y noche y lo hacen jugar.


de El libro de los Monstruos (Sudamericana).


2 comentarios:

  1. Notable mañana aquella en que un conocido me cebó unos mates y me leyó este cuento de Wilcock e, ipso facto, se convirtió en mi amigo.

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  2. ¡Muy bien! Cualquiera que te lea un cuento de Wilcock (y encima te cebe mates) es tu amigo. Yo ya ni me acuerdo de cómo llegué a él. Pero es uno de mis autores favoritos.

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