NO TOCA BOTÓN

De chico odié los botones. No me gustaba verlos, no quería tocarlos. No sé por qué. Nunca lo supe. Mi mamá tenía que abrocharme el guardapolvo a la mañana: yo me negaba a tomar contacto con esos repugnantes cosos transparentes. Mi papá, aconsejado por alguien, comenzó a desafiarme con fulbitos de dedo en la mesa de la cocina. Uno hace un arco y un arquero cruzando las manos –los pulgares son los postes del arco, el índice de una mano es el arquero–, y el otro patea. La pelota: un botón.

Así, jugando, le perdí un poco de asco a los maléficos redondeles. Bah: pude empezar a tocarlos, pero siguieron resultándome siempre muy antipáticos. Hasta hace poco ni siquiera usaba camisas. Ahora tengo dos, y me las pongo muy de vez en cuando.

Los botones metálicos de los pantalones o camperas de jean son otro cantar. Con ellos todo bien. Los enemigos son esos que se cosen. Los que tienen agujeritos. Y entre ellos, los peores son los transparentes.

Unos años atrás leí en el diario una nota sobre fobias “raras”. Ahí estaba descrita la mía. Pero hasta ahora nadie ha sabido decirme bien cuál pudo ser la causa. Tampoco importa gran cosa, la verdad, pero me intriga.

Después de la famosa Sexto Sentido, y justo antes de antes de dedicarse a filmar bodrios para siempre, el director M. Night Shyamalan hizo otra película que me gusta. Se llama Unbreakable, es decir, "irrompible". En español la estrenaron como El protegido. Quizá la vieron. Allí, siguiendo la lógica de los comics que ama, un hombre que padece una extraña enfermedad en los huesos busca y encuentra o cree encontrar al hombre que está en su antípoda: el irrompible. Si en el mundo existe una persona tan frágil como él, piensa Elijah, necesariamente debe existir otra que sea justo la opuesta. Siguiendo esa lógica, recorre obsesivamente las noticias de accidentes y catástrofes esperando dar con la descripción de alguien que haya salido ileso entre los muertos. El argumento tiene otras vueltas, pero basta decir que Elijah da o cree dar con su hombre.

Y así como él encontró al suyo, yo encontré al mío en el diario del domingo pasado. El sujeto es norteamericano. Se llama Dalton Stevens, pero lo conocen como el Rey de los botones. Tiene 75 años y hace 20 que anda pegándole botones a todo lo que se le cruza: un inodoro, un auto, un par de zapatos, una guitarra. Por supuesto, tiene una página web, ya armó un museo (Button Museum) y apareció varias veces en la tele mostrando sus “obras”. Para colmo, canta.

Si algún día viajo a Carolina del Sur y me lo cruzo, no respondo de mí. Por ahora no está mis planes: la multitud de estadounidenses festejando en las calles el asesinato de un hombre me da mucho, mucho, mucho más asco que los botones. Un asco infinito.

7 comentarios:

  1. Amo los botones. Jugaba con los del costurero de mi mamá y con los del costurero de mi papá (dos casas, dos costureros) y hasta le compré a una vestuarista que desarmaba su estudio miles de botones antiguos. Coso botones como adorno, cambio botones de fábrica por otros más bellos, llené el frente de un tapado con botones diversos (recordaré no ponérmelo en su presencia, así evitamos un baño de sangre).
    Ahora, respecto de los estadounidenses, me da una mezcla de pena y miedo y resignación por comprobar que el ser humano puede ser tan genial y bello y tan estúpido y malvado a un tiempo.

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  2. Puede ponerse lo que quiera. Estamos en democracia. Usted paga sus impuestos...

    Sobre los estadounidenses: ahora que lo pienso, esa lógica de cómic de buenos y malos de la película que me gustó es precisamente la que arroja a las calles a tanta gente en estos días, como si la muerte de Bin Laden significara la muerte del Diablo –en el que creen.

    Saludos

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  3. [No solo existe el Diablo, existe Dios y me acaba de castigar, borrando todo mi comment, que repondré ahora.]
    Tax-payer, un concepto tan "americano" y tan poco latinoamericano. Igual evitaré el tapado.
    Como dice Ambalibabal, Bin Laden está tomando champán con Obama, planeando la reelección...
    Au revoir

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  4. los botones son fríos, sobre todo a la mañana y si tenés sueño y te hacen levantar.
    me pongo en tu lugar: si yo hubiera odiado al divino botón seguro que hubiera sido por metonimia, por anticiparme las largas horas de intranquilidad que me esperaban hasta volver al refugio del sillón y dibujitos.

    lo que yo detesto son las poleras. y aunque el sentimieno no llega a fobia, algo de miedo me dan; el cuellito que te pica y ahoga evoca algo ligado con el mal.

    (para lo de schwarzenegger vs bin laden todavía no tengo palabras, no creo que las vaya a tener.)

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  5. ¡me acabo de acordar de aquel link que te envié y que magnánimamente publicaste! con esa animación hecha de botones metí el enemigo en tu propia casa.

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  6. es una buena posible explicación, amiga paz.

    la polera era otra cosa que "nos ponían", ¿no? esas de algodón, apretaditas. atravesarlas era un incordio. y había un pico de angustia cuando el camino se estrechaba, justo antes de volver a respirar.
    sí. yo también las detestaba.
    (so no recuerdo mal, con algo de esto cortázar escribió un lindo cuento que se llama, creo, "no se culpe a nadie").

    respecto a aquel video, es la prueba de que estoy curado. y de que tenés muy buen gusto.

    ¡beso!

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  7. Paz, con las poleras me solidarizo: el cuellito! horror! Creo que de grande nunca más tuve nada con cuellito: todo que se pueda abrir a gusto.
    Puchero, el cuento de Cortázar era poniéndose un pullover, que para el caso es lo mismo.
    Salú!

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