¿Y esa historia de una escritora de literatura infantil que una tarde se sentó en su jardín a escribir un cuento realista y edificante pero fue abducida por extraterrestres?
¿Y esa historia de una ghost
writer que, cuando iba a la editorial para la que trabajaba, se escondía
detrás de las puertas y debajo de los escritorios para asustar a los empleados
y que poco a poco, sin darse cuenta, se fue transformando en un fantasma de
verdad?
¿Y esa historia de un escritor de
cuentos de terror que nunca lograba terminar un libro porque se asustaba de sus
propias historias?
¿Y esa historia de un exitoso
escritor de libros de misterio cuya esposa, una escritora de libros infantiles,
desapareció una tarde sin dejar una nota, una pista, un rastro (apenas el
comienzo de un cuento: “Había una vez un ratoncito mentiroso…” ), de modo que
el escritor de libros de misterio se preguntaba cada día por qué y cómo ella lo
había dejado así, dónde se ocultaba, si acaso se había suicidado arrojándose al
mar o había huido con otro hombre o mujer o vivía en un hotel bajo un nombre
inventado (como había hecho una vez su admirada Agatha Christie), pero no:
aunque sus pesquisas eran minuciosas, jamás se le dio por sospechar que en
realidad su mujer había sido abducida por extraterrestres?
¿Y esa historia de una ghost writer que, de visita en la
editorial para la que trabajaba, se escondía detrás de las puertas y debajo de
los escritorios para asustar a los empleados y que poco a poco, sin darse
cuenta, se fue transformando en un fantasma de verdad, hasta que un día notó
que los espejos no la reflejaban, que nadie percibía su presencia y su voz era
inaudible, y sin embargo era capaz de mover cosas e incidir en el mundo
material, así que superado el terror y el desconcierto, empezó a explorar las
ventajas de su nueva condición y a tramar pequeñas venganzas contra aquellos
que, según ella, la habían llevado a ese estado –por ejemplo, robarle una
colección de pipas importadas al exitoso escritor de novelas de misterio cuya
obra en gran parte había escrito la ghost
writer a cambio de una retribución miserable?
¿Y esa historia de un exitoso
escritor de novelas de misterio al que una mañana, meses después de la
desaparición de su esposa, le faltó también una valiosa colección de pipas
importadas, y por más que buscó explicaciones no logró encontrar ninguna, ni
volvió a hallar sus pipas, de modo que contrató a un guardia privado para que
velara por las noches apostado en la puerta de su casa, sin sospechar que aquel
guardia era (o había sido) su mujer: una escritora de cuentos infantiles
abducida por extraterrestres, sometida a múltiples análisis, experimentos y
mutaciones, devuelta a la Tierra sin memoria, y que ahora respondía al nombre
de Frederico, usaba bigotes y trabajaba para una empresa de seguridad?
¿Y esa historia de un escritor de
cuentos de terror que nunca lograba terminar un libro porque se asustaba de sus
propias historias, hasta que un colega (exitoso escritor de novelas de
misterio) le sugirió que contratara a un guardia para sentirse más seguro, e
invitó al escritor de cuentos de terror a su casa para presentarle a Frederico,
el guardia bigotudo, lo que derivó en consecuencias inesperadas, porque el
escritor de cuentos de terror y Frederico se enamoraron apenas verse, y el
escritor de cuentos de terror dejó a su esposa (una escritora de novelas
históricas cuyas cirugías faciales impedían saber si tenía veinticinco,
cincuenta o setenta y cinco años) y partió con Frederico en un largo viaje,
durante el cual algunas noches, después de hacer el amor, se susurraban al oído
frases que les provocaban risa, sobre todo una, que al guardia bigotudo le
venía de lejos, como de otra vida: “y fueron felices, y comieron perdices”?
todas de Mazzini, de Garibaldi,
son de Papas,
de aquellos que escriben,
que dan órdenes, que hacen la guerra.
Nunca vas a cruzarte con
calle de uno que hacía gorritos
calle de uno que estaba debajo de un cerezo
calle de uno que no hizo nada
porque iba de paseo
arriba de una yegua.
Y pensar que el mundo
está hecho de gente como yo
que come achicoria
en una ventana
contenta de estar, en verano,
descalza.
*
me acoso me atosigo
no me gusta estar conmigo
me presiono me arrincono
me fastidio me exaspero
mi analista (vía skype)
dice que deje el agujero
yo me juzgo me torturo
me insulto me desprecio
mi entrenador (vía zoom)
me sugiere que sea recio
que me ponga a hacer flexiones
yo me hundo en reflexiones
me inspecciono me oblitero
me da miedo el mundo entero
me sulfuro me encapricho
mi exmujer (vía whatsapp)
me pregunta cuándo espicho.
Estoy preocupado con la carta que ayer concluí y estampillé para vos; como te encontré antes de echarla al buzón tuve el aturdimiento de romperle el sobre y ponértela en el bolsillo: otra carta que por falta de dirección se habrá extraviado.
Muchas de mis cartas no llegan, porque omito el sobre o las señas o el texto. Esto me trae tan fastidiado que te rogaría que vinieras a leer ésta carta a casa. Su objeto es explicarte que si anoche tú y Pérez Ruiz en busca de Bartolomé Galíndez no dieron con la calle Coronda, debe ser, creo, porque la han puesto presa para concluir con los asaltos que en ella ocurrían de continuo. A un español le robaron hasta la zeta, que tanto la necesitan para pronunciar la ese y aún para toser. Además, los asaltantes que prefieren esa calle por comodidad, se quejaron de que se la mantenía tan oscura que escaseaba la luz hasta para el trabajo de ellos y se veían forzados a asaltar de día, cuando debían descansar y dormir.
De modo que la calle Coronda antes era ésa y frecuentaba ese paraje, pero ahora es otra; creo que atiende al público de 10 a 4, seis horas. Lo más del tiempo lo pasa cruzada de veredas en alguna de sus casas: quizá anoche estaba metida en la de Galíndez: ese día le tocó a Galíndez vivir en la calle.
Es por turnos y este es el turno de que yo me calle.
ahora llevo adelante otro blog: el pájaro fantasma. esa página sí tiene un objetivo específico, que es alojar el podcast que estoy haciendo. si no saben qué es un podcast, ahí se explica. la página también funciona como fuente de información sobre mi trabajo de escritor. como muchas veces los chicos o padres o docentes me escriben para consultarme datos biográficos o bibliográficos, decidí incluir también esa información en el pájaro fantasma. los invito a visitar la página y escuchar el podcast.
elpajarofantasma.wordpress.com
"Cuando una relación va a ser duradera, el encuentro toma los visos de una fatalidad y uno no se resiste porque sabe que a esa persona la ha conocido en el futuro".
Adolfo Couve, El picadero
Un hombre pasó veinte años haciéndose un par de alas. En 1924 las estrenó, de madrugada. Su temor principal era la policía. Anduvieron, con un vaivén bastante lento.
No lo subían más de doce metros, la altura de una araucaria de la plaza San Martín.
El hombre abandonó a su mujer y sus hijos para pasar más horas sobre el árbol. Era empleado en una compañía de seguros. Se instaló en una pensión. Cada medianoche ponía aceite para máquinas de coser en las alas, y marchaba a la plaza. Las llevaba en un estuche de violoncello.
Bastante cómodo, tenía un nido sobre el árbol. Hasta con almohadones.
De noche la vida en la plaza es extraordinariamente compleja, pero él nunca se molestó en enterarse. Le bastaban los follajes, las casas oscuras, y sobre todo las estrellas. Las noches de luna eran las mejores.
Nuestro mal es no aceptar el límite. Se le puso pasar un día entero en el nido. Fue en un feriado de la compañía.
Salió el sol. Nada como el amanecer entre las copas de los árboles. Muy alta, una banda de pájaros pasó dejando la ciudad a sus pies. Los contempló con una especie de mareo, con lágrimas.
Eso había soñado los veinte años que puso en fabricar sus alas. No en una araucaria.
Los bendijo. Se le fue el corazón tras ellos.
Una sirvienta abrió los postigos en casa de una vieja insomne. Vio al hombre en su nido. La vieja llamó a la policía y a los bomberos.
Con altavoces, con escaleras, lo rodearon.
Tardó en notarlo, se calzó las alas, se puso de pie.
Los autos frenaron. La gente se juntó. Se abrieron las ventanas. Vio a sus hijos, con delantales de colegio. A su mujer, con la bolsa del mercado. A la sirvienta y a la vieja abrazadas.
Las alas funcionaron, despacio. Rozó ramas.
Pero perdió altura. Bajó hasta el monumento. Saltó. Se enhorquetó en ancas del caballo. Tomó de la cintura al general San Martín. Sonreía.
Un policía disparó un tiro.
Quedó sobre el caballo un zapato enganchado.
Pero pudo volar. Lento, avanzó, apenas más alto que las cabezas de los que estaban en la plaza, y nadie respiró observándolo.
Llegó a la torre de los ingleses, el viento lo ayudó hacia el sur.
Vive entre las chimeneas de una fábrica. Es viejo y come chocolate.
este señor tiene pésimo aliento, es ladrón e inventor, y protagoniza un libro que escribí e ilustró maría victoria rodríguez. en marzo/abril de 2016 estará en librerias.
Paisaje de colinas (después de un aguacero)
3 nubes en forma de cúmulos
1 lago con peces
1 caseta junto al dique
1 hombre (se inclina por la ventana)
1 grito
1 hilera de álamos
1 camino lleno de barro
Huellas de bicicleta (en el barro)
1 bicicleta femenina
1 grito (más alto que el anterior)
1 par de sandalias
1 falda (flameando al viento, aleteando sobre el portaequipajes de la bicicleta)
1 blusa de florcitas
1 trozo de amalgama (en el diente)
1 mujer (joven)
1 grito (más alto aún)
Nuevas huellas de bicicleta
1 ventana que se cierra
Silencio
todo lo que guardas
no te pertenece y nunca te pertenecerá
Todo lo que tienes no es tuyo
todo lo que guardas
pertenece al tiempo que todo transformará
Sólo es tuyo aquello que das
sólo es tuyo aquello que das
Todo aquello que no percibiste
todo lo que no quisiste ver
es como el tiempo que dejaste pasar
Todo aquello que escondiste
todo lo que no quisiste mostrar
deja que el tiempo con tiempo lo revelará
Sólo es tuyo aquello que das
sólo es tuyo aquello que das
y el beso que diste es tuyo
y el beso que diste es tuyo
Nadie sabía dónde estaba el rey. Se había escabullido del salón del desayuno diciendo obscenidades. No había leído el periódico. No se había comido sus dos huevos, cocidos precisamente cuatro minutos, ni se había acabado su chocolate caliente. El canciller estaba afligido: como siempre, tenía temas importantes para plantearle al rey, temas que no podían ser pospuestos. Se enviaron sirvientes en procura del rey. Buscaron en el palacio y en los sótanos debajo de palacio. Buscaron en los establos. Fueron a ver en los árboles y escudriñaron en los pozos. No encontraban al rey. Se informó que la reina estaba alterada. A medida que el día avanzaba resultaba progresivamente difícil mantener la noticia de la desaparición del rey dentro de los muros de palacio. Los muros tienen oídos. La gente habla. En la ciudad, el precio del oro empezó a bajar en picada. Pero por la noche, el rey reapareció, y tomó su lugar acostumbrado a la cabeza de la mesa del comedor. Estaba enteramente vestido con hojas. Tenía tierra húmeda pegada al rostro y la barba real desgreñada con erizos y huevos de araña. Tenía el cabello repleto de piojos y escarabajos peloteros. Todos lo miraban. ¿Qué les pasa? Gruñó, estirándose para alcanzar un pedazo de carne: ¿Nunca tuvieron necesidad de pasar el día debajo de la tierra?