¿Eres esencialmente un novelista o un autor de relatos breves? ¿Tu musa es la dama sonriente o la dama triste? ¿Eres un realista o un soñador? ¿Debes dedicarte al arte por el arte o comprometerte al servicio de alguna causa noble? ¿Te interesa más lo que se dice que la forma de decirlo (concibes el lenguaje como un limpiacristales) o viceversa (concibes el lenguaje como un vitral)? ¿Es cierto que menos es más? ¿Has de cantarles a las ballenas blancas o a las letras escarlatas o a los extraterrestres verdes o a los negros de clase baja o a los blancos que viven de fábula o a nada de lo anterior, y has de hacerlo basándote en tu experiencia personal o evitar los elementos autobiográficos como evitas a los exhibicionistas y a los borrachos que quieren contarte su vida?


algunas preguntas que, parece, se hacía el escritor John Barth a los 24 años.


¿Y esa historia de una escritora de literatura infantil que una tarde se sentó en su jardín a escribir un cuento realista y edificante pero fue abducida por extraterrestres?


¿Y esa historia de una ghost writer que, cuando iba a la editorial para la que trabajaba, se escondía detrás de las puertas y debajo de los escritorios para asustar a los empleados y que poco a poco, sin darse cuenta, se fue transformando en un fantasma de verdad?


¿Y esa historia de un escritor de cuentos de terror que nunca lograba terminar un libro porque se asustaba de sus propias historias?


¿Y esa historia de un exitoso escritor de libros de misterio cuya esposa, una escritora de libros infantiles, desapareció una tarde sin dejar una nota, una pista, un rastro (apenas el comienzo de un cuento: “Había una vez un ratoncito mentiroso…” ), de modo que el escritor de libros de misterio se preguntaba cada día por qué y cómo ella lo había dejado así, dónde se ocultaba, si acaso se había suicidado arrojándose al mar o había huido con otro hombre o mujer o vivía en un hotel bajo un nombre inventado (como había hecho una vez su admirada Agatha Christie), pero no: aunque sus pesquisas eran minuciosas, jamás se le dio por sospechar que en realidad su mujer había sido abducida por extraterrestres?


¿Y esa historia de una ghost writer que, de visita en la editorial para la que trabajaba, se escondía detrás de las puertas y debajo de los escritorios para asustar a los empleados y que poco a poco, sin darse cuenta, se fue transformando en un fantasma de verdad, hasta que un día notó que los espejos no la reflejaban, que nadie percibía su presencia y su voz era inaudible, y sin embargo era capaz de mover cosas e incidir en el mundo material, así que superado el terror y el desconcierto, empezó a explorar las ventajas de su nueva condición y a tramar pequeñas venganzas contra aquellos que, según ella, la habían llevado a ese estado –por ejemplo, robarle una colección de pipas importadas al exitoso escritor de novelas de misterio cuya obra en gran parte había escrito la ghost writer a cambio de una retribución miserable?


¿Y esa historia de un exitoso escritor de novelas de misterio al que una mañana, meses después de la desaparición de su esposa, le faltó también una valiosa colección de pipas importadas, y por más que buscó explicaciones no logró encontrar ninguna, ni volvió a hallar sus pipas, de modo que contrató a un guardia privado para que velara por las noches apostado en la puerta de su casa, sin sospechar que aquel guardia era (o había sido) su mujer: una escritora de cuentos infantiles abducida por extraterrestres, sometida a múltiples análisis, experimentos y mutaciones, devuelta a la Tierra sin memoria, y que ahora respondía al nombre de Frederico, usaba bigotes y trabajaba para una empresa de seguridad?


¿Y esa historia de un escritor de cuentos de terror que nunca lograba terminar un libro porque se asustaba de sus propias historias, hasta que un colega (exitoso escritor de novelas de misterio) le sugirió que contratara a un guardia para sentirse más seguro, e invitó al escritor de cuentos de terror a su casa para presentarle a Frederico, el guardia bigotudo, lo que derivó en consecuencias inesperadas, porque el escritor de cuentos de terror y Frederico se enamoraron apenas verse, y el escritor de cuentos de terror dejó a su esposa (una escritora de novelas históricas cuyas cirugías faciales impedían saber si tenía veinticinco, cincuenta o setenta y cinco años) y partió con Frederico en un largo viaje, durante el cual algunas noches, después de hacer el amor, se susurraban al oído frases que les provocaban risa, sobre todo una, que al guardia bigotudo le venía de lejos, como de otra vida: “y fueron felices, y comieron perdices”?






LOS NOMBRES DE LAS CALLES

Las calles son
todas de Mazzini, de Garibaldi,
son de Papas,
de aquellos que escriben,
que dan órdenes, que hacen la guerra.
Nunca vas a cruzarte con
calle de uno que hacía gorritos
calle de uno que estaba debajo de un cerezo
calle de uno que no hizo nada
porque iba de paseo
arriba de una yegua.
Y pensar que el mundo
está hecho de gente como yo
que come achicoria
en una ventana
contenta de estar, en verano,
descalza.

Nino Pedretti, Al vòuşi 1975
Traducción: Daniela Mishima.

*


*
                                                            
                                                          pablo picyk



AVENTURAS DE GANFREDO


El Tetudo

Después de la Pandemia del Murciélago, aparecieron en nuestra ciudad todo tipo de bichos deformes y criaturas repulsivas: Cloacos, Tetudos, Rabanacos, Lorodontes.
Un mediodía, mientras comíamos un asado, un Tetudo se aventuró en el jardín de nuestra casa.
Mi tía empezó a gritar, mi abuelo escupió el vino y mi primo Saverio, el enano luchador, corrió a buscar su casco de cuernos y su hacha dorada, pero tropezó y quedó inconsciente en el piso.
–¡Qué escandalo! –dijo el Tetudo, con voz de engrudo–. ¡Solo busco un pedacito de morcilla!
–No hay morcilla, no quedó –le dije yo, que era el único que se atrevía a hablar con esa bestia–. Se las comieron todas las gemelas.
El Tetudo miró a Milena y a Malena, mis hermanitas gemelas.
–Tendré que abrirlas y sacar la morcilla de sus estomaguitos –dijo.
–Usted es repelente –le respondió Milena.
–Usted es indignante –le respondió Malena.
Ellas son grandes lectoras y personas respetuosas.
–Estoy antojado –dijo el Tetudo, y abrió su bocota grasosa y colmilluda.
Entonces tomé una cuchilla, se la arrojé y le di en medio de la frente.
El monstruo chilló como un mamut enardecido. El aullido despertó a Saverio, que por fin corrió a la casa y volvió con su casco de cuernos y su hacha dorada.
Pero el Tetudo se estaba desinflando como un globo. Por la herida que le hizo la cuchilla, se le salía el relleno. Eran cientos de gusanos verdes y amarillos, que treparon a la mesa a comerse el resto del asado.
La piel del Tetudo quedó arrugada en el piso, como un disfraz, un globo pinchado, una sábana vieja, un cuento mal contado.
Mi primo se subió a la mesa para darle a los gusanos con su hacha. No servía de nada, porque se sabe que si se corta un gusano al medio, lo único que se obtiene son dos gusanos.
–No seas absurdo –le dijo Milena.
–No seas palurdo –le dijo Malena.
Cada una agarró un libro y empezaron a aplastar gusanos a los golpes.
–¡Yo me quedé con hambre! –protestó mi abuelo.
–Puedo hacer empanadas con la piel del bicho –propuso mi tía, que siempre buscaba recetas nuevas.
Entre todos cargaron los restos del Tetudo en una carretilla para llevarlo a la cocina.
Yo no participé porque tenía una cita con Lisandra, así que corrí a perfumarme y cambiarme la peluca.

                                                                                                                                                                 
Continuará


#cuarentena arena



CUARENTENA ARENA

me persigo me persigo
me acoso me atosigo
no me gusta estar conmigo
me presiono me arrincono
me fastidio me exaspero
mi analista (vía skype)
dice que deje el agujero
yo me juzgo me torturo
me insulto me desprecio
mi entrenador (vía zoom)
me sugiere que sea recio
que me ponga a hacer flexiones
yo me hundo en reflexiones
me inspecciono me oblitero
me da miedo el mundo entero
me sulfuro me encapricho
mi exmujer (vía whatsapp)
me pregunta cuándo espicho.




Querido Jorge:
Iré esta tarde y me quedaré a comer si no hay inconveniente y estamos con ganas de trabajar. (Advertirás que las ganas de cenar ya las tengo y sólo falta asegurarme las otras). Tienes que disculparme el no haber ido anoche. Soy tan distraído que iba para allá y en el camino me acuerdo que me había quedado en casa. Estas distracciones frecuentes son una vergüenza y hasta me olvido de avergonzarme.
Estoy preocupado con la carta que ayer concluí y estampillé para vos; como te encontré antes de echarla al buzón tuve el aturdimiento de romperle el sobre y ponértela en el bolsillo: otra carta que por falta de dirección se habrá extraviado.
Muchas de mis cartas no llegan, porque omito el sobre o las señas o el texto. Esto me trae tan fastidiado que te rogaría que vinieras a leer ésta carta a casa. Su objeto es explicarte que si anoche tú y Pérez Ruiz en busca de Bartolomé Galíndez no dieron con la calle Coronda, debe ser, creo, porque la han puesto presa para concluir con los asaltos que en ella ocurrían de continuo. A un español le robaron hasta la zeta, que tanto la necesitan para pronunciar la ese y aún para toser. Además, los asaltantes que prefieren esa calle por comodidad, se quejaron de que se la mantenía tan oscura que escaseaba la luz hasta para el trabajo de ellos y se veían forzados a asaltar de día, cuando debían descansar y dormir.
De modo que la calle Coronda antes era ésa y frecuentaba ese paraje, pero ahora es otra; creo que atiende al público de 10 a 4, seis horas. Lo más del tiempo lo pasa cruzada de veredas en alguna de sus casas: quizá anoche estaba metida en la de Galíndez: ese día le tocó a Galíndez vivir en la calle.
Es por turnos y este es el turno de que yo me calle.
Macedonio Fernández



"Cuando escribo siempre tengo la sensación de que alguien está detrás de mí haciendo muecas". 
Wislawa Szymborska


Saturnino y Severino miden tres metros. Se alimentan a base de vino tinto y quinotos. Suelen visitar a su sobrino, el escritor, para que les cuente cuentos, pero nunca les parecen buenos, y no se cansan de sugerirle ideas a su sobrino para que mejore, escriba historias exitosas, gane fama, dinero y llegue por fin a algún lado -por ejemplo a Nueva York.

Júbilo y alegría sin fin por la aparición de este querido librito editado por Loqueleo.





¿Y esa historia del escritor que quería contar una historia sobre un escritor que quería contar una historia pero se aburría y se iba a comer una hamburguesa y aunque las hamburgueserías estaban de moda no encontraba ninguna en ese barrio, así que caminaba y caminaba y en un momento pasaba frente a una obra en construcción donde los obreros, en la vereda, habían improvisado una parrilla y tirado unas hamburguesas encima?


¿Y esa historia del escritor que tomaba un desvío y después otro y después otro, hasta darse cuenta de que estaba muy solo en un lugar desconocido y no sabía cómo volver y entonces seguía desviándose, desviándose, y con el tiempo aprendía a comunicarse con los insectos, las plantas, las piedras, el viento y el agua?


¿Y esa historia del escritor que quería contar una historia sobre un escritor que quería contar una historia pero se aburría y se iba a comer una hamburguesa y aunque las hamburgueserías estaban de moda no encontraba ninguna en ese barrio, así que caminaba y caminaba y en un momento pasaba frente a una obra en construcción donde los obreros, en la vereda, habían improvisado una parrilla y tirado unas hamburguesas encima, y el escritor se detenía y se quedaba mirando y uno de los obreros le decía, “¿Es inspector o anda con hambre?”, y los otros obreros se reían, y el escritor también se reía aunque por dentro estaba muy inquieto, como si esa mañana hubiera soplado un viento fuerte en su cerebro, pero también aliviado, como si ese viento fuerte le hubiera quitado de encima una bolsa de cemento, o diez, o tal vez un edificio entero? 


¿Y esa historia del escritor que tomaba un desvío y después otro y después otro, hasta darse cuenta de que estaba muy solo en un lugar desconocido y no sabía cómo volver, y entonces seguía desviándose, desviándose, y con el tiempo aprendía a comunicarse con los insectos, las plantas, las piedras, el viento y el agua, hasta que llegaba a una cabaña donde lo esperaban una mujer y un muchacho -nada menos que su hijo- que, furioso por la prolongada ausencia del padre, lo sentaba en el suelo con una patada de karate y le decía: “te conseguís un trabajo ya mismo”?


¿Y esa historia del escritor que tomaba un desvío y después otro y después otro, hasta darse cuenta de que estaba muy solo en un lugar desconocido y no sabía cómo volver, y entonces seguía desviándose, desviándose, y con el tiempo aprendía a comunicarse con los insectos, las plantas, las piedras, el viento y el agua, hasta que un buen día llegaba a una cabaña donde lo esperaban una mujer y un muchacho -nada menos que su hijo- y que, bastante furioso por la prolongada ausencia del padre, lo sentaba en el suelo con una patada de karate y le decía: “te conseguís un trabajo ya mismo”, de modo que el escritor volvía a la ciudad y se metía a trabajar de albañil en una obra en construcción donde cada mediodía ponían una parrilla y tiraban unas hamburguesas?


¿Y esa historia del escritor que quería contar una historia sobre un escritor que quería contar una historia pero se aburría y se iba a comer una hamburguesa y aunque las hamburgueserías estaban de moda, no encontraba ninguna en ese barrio, así que caminaba y caminaba y terminaba sentado en una obra en construcción, comiendo la hamburguesa que unos obreros le convidaban después de asarla sobre una parrilla improvisada en la vereda, y ese era el último rastro que su familia, sus amigos, sus conocidos, sus colegas, su biógrafo y la policía tenían del escritor, como si de golpe se hubiera transformado en aire, en sombra, disuelto en agua como un terrón de azúcar, un sueño, una pregunta, una frase sin termin




otro de los varios proyectos encajonados, a la espera de un editor (y de un gobierno menos horrible). una continuación de plantas comunes y corrientes. poemas-bichos, ilustrados por pablo picyk y cecilia a. estevez. 




CIEMPIES

De cero a cien, un pie y otro delante,
va en silencio, con ánimo ondulante.
A veces sueña que levanta vuelo
y ve su sombra pintada en el suelo.



TORITO

Viene surcando la tierra
con su potente armadura,
negra, brillante, pinchuda
¡como un señor de la guerra!

¿No encontrará exagerado
cuando el viento lo derriba
y lo deja patas arriba
andar así acorazado?



VAQUITA DE SAN ANTONIO

¿Será mucha suerte, poquita o ninguna
la que entrega esta vaquita voladora
cuando elige una nariz y se demora
para dar, generosa, su fortuna?


mariana y yo decidimos hacer un libro juntos, por nuestra cuenta, porque sí. se va a llamar EFEMÉRIDES SECRETAS. haremos pocos ejemplares, así que ojalá puedan quieran y puedan hacerse de uno (en ese caso pueden escribirnos a nosotros). será, además, un hermoso objeto. estará disponible a partir de diciembre.
  

no sé bien para qué sirve un blog, o este blog en particular. a mí, supongo, me sirve para dar curso a las ganas de compartir cosas que se me ocurren, que me interesan, me conmueven, me gustan, me divierten. también para volver a entrar cada tanto y recordar algunas de esas cosas. una bitácora.

ahora llevo adelante otro blog: el pájaro fantasma. esa página sí tiene un objetivo específico, que es alojar el podcast que estoy haciendo. si no saben qué es un podcast, ahí se explica. la página también funciona como fuente de información sobre mi trabajo de escritor. como muchas veces los chicos o padres o docentes me escriben para consultarme datos biográficos o bibliográficos, decidí incluir  también esa información en el pájaro fantasma. los invito a visitar la página y escuchar el podcast.
     
elpajarofantasma.wordpress.com


un pajarito fantasma, regalo de mariana ruiz johnson




considerando que filma películas desde hace más de cincuenta años, llegué a agnes varda bastante tarde. apenas la semana pasada vi por primera vez algo suyo: su hermoso documental "rostros y lugares". me flechó. me enamoré de agnes. anoche confirmé el sentimiento con "las playas de agnes". ahora, buscando una foto suya para compartir mi amor con ustedes, me entero de que en un mes cumple 90 años. que tenga un felíz cumpleaños, madame varda. ojalá viva y filme mucho más.




   



Míster Mano de Victoria Rodríguez. Un dibujo para algo que se me ocurrió y que quizá se transforme en libro. Un juego de variaciones a partir de un texto de cinco líneas. 

Hay un vínculo directo, según parece, entre el desarrollo de la habilidad manual y el desarrollo cognitivo, emocional, lingüístico y psicológico del bicho humano.

O como escribió Robertson Davies: "Es tan seguro que la mano le habla al cerebro como que el cerebro le habla a la mano".





¿POR QUÉ ESCRIBE USTED? Oscar Hahn

Porque el fantasma porque ayer porque hoy:
porque mañana porque sí porque no
Porque el principio porque la bestia porque el fin:
porque la bomba porque el medio porque el jardín
Porque góngora porque la tierra porque el sol:
porque san juan porque la luna porque rimbaud
Porque el claro porque la sangre porque el papel:
porque la carne porque la tinta porque la piel
Porque la noche porque me odio porque la luz:
porque el infierno porque el cielo porque tú
Porque casi porque nada porque la sed
porque el amor porque el grito porque no sé
Porque la muerte porque apenas porque más
porque algún día porque todos porque quizás



¿Y esa historia del escritor joven y ambicioso que había puesto todo en su primera obra, de modo que los lectores, para avanzar en su lectura, debían ir quitando algo cada dos o tres renglones?

*

¿Y esa historia del escritor que quería contar una historia sobre un escritor que quería contar una historia pero se aburría y se iba a comer una hamburguesa?

dibujo jesús sotés



¿Y esa historia del poeta que dejó el teclado de la computadora y pasó a escribir a mano con una lapicera, y después pasó de la lapicera a un lápiz, y luego a otro lápiz más fino, de modo que su escritura se hizo más y más delgada, sutil, minúscula, hasta que una noche, al acercar el oído a la página, pudo escuchar el estruendo de una marejada de sangre golpeando contra los acantilados rocosos del pensamiento? 



alexander rodchenko



cenizas a las cenizas, funk al funky.

les deseo un excelente 2017, amigas y amigos que visitan cada tanto este rincón.


¡salud!


 







solo una cosa 
lo hacía feliz  
y ahora que
se ha ido
todo
lo hace feliz


dibujo y poema: leonard cohen.


adiós, leonard. gassho


Un cuentito escrito de una sentada y dibujado de igual modo por Mariana Ruiz Johnson


LA ZANAHORIA MISTERIOSA

En una casa ni muy grande ni muy chica ni muy linda ni muy fea vivía una zanahoria misteriosa. 
¿Por qué era misteriosa? 
Porque nunca salía de la casa y nadie sabía lo que hacía. 
¿De qué trabajaba? 
¿Cómo se llamaba? 
¿Cuántos años tenía?
¿Para qué equipo hinchaba? 
A veces los vecinos la veían de noche asomada a una ventana.
Pero nada más. 
Empezaron a sospechar de ella y a tenerle miedo. 
Algunos hacen así: piensan mucho en las vidas de los otros, sospechan y se asustan. 
Entonces decidieron contratar un detective para investigar a la zanahoria misteriosa. 
El detective se llamaba Rogelio Elio. 
Era un conejo. 
Rogelio Elio llegó, se puso al tanto de todo (que era poco, casi nada). 
Luego toco el timbre en la casa ni muy grande ni muy chica ni muy linda ni muy fea.
La zanahoria abrió la puerta, lo hizo entrar. 
¡Qué fácil! 
Claro: a ninguno de los vecinos se les había ocurrido tocar timbre.
Pasó un rato. 
Rogelio Elio volvió a salir. 
-¿Y?
-Era una zanahoria. 
-¡Eso ya lo sabíamos!
-No tengan miedo, no va a molestarlos. 
Sonrió. Tenía restos de color naranja entre los dientes. 
Los vecinos le pagaron y se fue, agitando el rabo.
Al día siguiente vieron que en la casa ni muy grande ni muy chica ni muy linda ni muy fea había un nuevo inquilino. 
Era un tomate. 
¿Qué hacía ahí? 
¿Sería pariente de la zanahoria? 
¿De qué trabajaba? 
¿Cómo se llamaba? 
¿Cuántos años tenía? 
¿Para qué equipo hinchaba?
El tomate no salía nunca de la casa. 
A veces lo veían de noche asomado a una ventana.
Pero nada más.



el cuento vagabundo 
el cuento inmundo
el cuento deforme
el cuento imperfecto y pobre
el cuento inútil
el cuento nulo
el cuento soso
el cuento ignorante y desastroso
el cuento desviado
el cuento roto
el cuento perdido
el cuento atorrante y descosido



"Cuando una relación va a ser duradera, el encuentro toma los visos de una fatalidad y uno no se resiste porque sabe que a esa persona la ha conocido en el futuro".

Adolfo Couve, El picadero



Un criado trajo piña.
La fruta humedeció los labios.
En la oscuridad, sus dientes brillaron como hielo.

-¿Usted no baila?

No, yo no bailo. Cuando era joevn, no estaba de moda. Cuando se puso de moda, ya no era joven. Además escribía poemas, ¿cómo me iban a creer que me doliera el corazón por el mundo si me veían lascivamente pegado a una mujer? Tengo una manía, la de ser yo el alma, la conciencia de la humanidad. Yo no puedo bailar, aunque me gustaría. Al sacerdote también le gustaría, pero igualmente tiene que renunciar a hacerlo. Y además hubo una guerra, no debo olvidarlo. Si bailara, sería como dar patadas en la frente de los caídos. Ríase de mí, puede hacerlo.

–Qué va, lo comprendo.

Y también tuve que explicar por qué no jugaba al bridge (ella sí juega). No tengo tiempo. Tampoco tendría paciencia. Cuando jugaba a las cartas, jugaba al bacará y al macao. Me arrepiento de ello. Cuánto amor, cuánta lectura y cuánto trabajo me perdí. La baraja es una experiencia estéril, no deja recuerdos. Lástima, lástima por aquellas horas ciegas. La vida ya me está empezando a parecer valiosa.

–Pero uno necesita ese narcótico –dice, como una mártir.

Yo no lo necesito. Yo no esquivo el sufrimiento ni el aburrimiento. Es más, lo necesito. Menuda carta de presentación ante una mujer, ¿verdad?
Acababa de apartar la cucharita de los labios. Agitó la cabeza y soltó una suave risa; la lengua, como una llama, recorrió el labio, lo lamió. Extendí la mano para coger su platito de cristal porque se había acabado la piña, lo puse ante mis pies. Mi mano izquierda descansaba sobre mi muslo. Ella dejó caer la mano, apenas rozó la mía. Y con una voz tan suave como aquella caricia dijo:

–Estoy encantada con usted.




EL HOMBRE EN LA ARAUCARIA
Sara Gallardo

Un hombre pasó veinte años haciéndose un par de alas. En 1924 las estrenó, de madrugada. Su temor principal era la policía. Anduvieron, con un vaivén bastante lento.
No lo subían más de doce metros, la altura de una araucaria de la plaza San Martín.
El hombre abandonó a su mujer y sus hijos para pasar más horas sobre el árbol. Era empleado en una compañía de seguros. Se instaló en una pensión. Cada medianoche ponía aceite para máquinas de coser en las alas, y marchaba a la plaza. Las llevaba en un estuche de violoncello.
Bastante cómodo, tenía un nido sobre el árbol. Hasta con almohadones.
De noche la vida en la plaza es extraordinariamente compleja, pero él nunca se molestó en enterarse. Le bastaban los follajes, las casas oscuras, y sobre todo las estrellas. Las noches de luna eran las mejores.
Nuestro mal es no aceptar el límite. Se le puso pasar un día entero en el nido. Fue en un feriado de la compañía.
Salió el sol. Nada como el amanecer entre las copas de los árboles. Muy alta, una banda de pájaros pasó dejando la ciudad a sus pies. Los contempló con una especie de mareo, con lágrimas.
Eso había soñado los veinte años que puso en fabricar sus alas. No en una araucaria.
Los bendijo. Se le fue el corazón tras ellos.
Una sirvienta abrió los postigos en casa de una vieja insomne. Vio al hombre en su nido. La vieja llamó a la policía y a los bomberos.
Con altavoces, con escaleras, lo rodearon.
Tardó en notarlo, se calzó las alas, se puso de pie.
Los autos frenaron. La gente se juntó. Se abrieron las ventanas. Vio a sus hijos, con delantales de colegio. A su mujer, con la bolsa del mercado. A la sirvienta y a la vieja abrazadas.
Las alas funcionaron, despacio. Rozó ramas.
Pero perdió altura. Bajó hasta el monumento. Saltó. Se enhorquetó en ancas del caballo. Tomó de la cintura al general San Martín. Sonreía.
Un policía disparó un tiro.
Quedó sobre el caballo un zapato enganchado.
Pero pudo volar. Lento, avanzó, apenas más alto que las cabezas de los que estaban en la plaza, y nadie respiró observándolo.
Llegó a la torre de los ingleses, el viento lo ayudó hacia el sur.
Vive entre las chimeneas de una fábrica. Es viejo y come chocolate.



este señor tiene pésimo aliento, es ladrón e inventor, y protagoniza un libro que escribí e ilustró maría victoria rodríguez. en marzo/abril de 2016 estará en librerias.


INVENTARIO. Istvan Orkeny

Paisaje de colinas (después de un aguacero)
3 nubes en forma de cúmulos
1 lago con peces
1 caseta junto al dique
1 hombre (se inclina por la ventana)
1 grito
1 hilera de álamos
1 camino lleno de barro
Huellas de bicicleta (en el barro)
1 bicicleta femenina
1 grito (más alto que el anterior)
1 par de sandalias
1 falda (flameando al viento, aleteando sobre el portaequipajes de la bicicleta)
1 blusa de florcitas
1 trozo de amalgama (en el diente)
1 mujer (joven)
1 grito (más alto aún)
Nuevas huellas de bicicleta
1 ventana que se cierra
Silencio